Antonio y Margarita comenzaron a frecuentarse y hubo un momento en que él
llegó a plantearse si con aquella mujer le había llegado el momento de sentar
de una vez cabeza. Lo descartó, sin embargo, al comprobar que Margarita no
pensaba en otra cosa que no fuera disfrutar los placeres y dejarse llevar por
los deseos del momento. Se comportaban como amantes pero cada uno buscaba y
daba rienda y satisfacción a sus propias aventuras, sin temor a los reproches
del otro. Ambos se habían asociado y obtenían sus respectivas ventajas: ella presumir
haciéndose acompañar por un joven encantador que enamoraba a las mujeres con
mirarlas, y él la carta de presentación a determinados ambientes a los que por
su sola condición no tenía acceso. Formaban una pareja joven y atractiva que
triunfaba en los reductos libertinos del momento, algo que no estaba dispuesta
a tolerar la moral puritana de la corte y nobleza madrileña.
Antonio recibió oportunas
advertencias por la boca de Ruy Gómez, que con discreción no exenta de contundencia
le previno de las consecuencias que sus aficiones acabarían deparándole. “No
sea necio y actúe con prudencia”, le había dicho en un aparte en los salones
del Alcázar, “que los placeres del momento cuando son desaforados pueden
tornarse pesadas losas que a uno le aplasten y aun le entierren sin remedio. Ni
mucho menos le digo que renuncie a los impulsos del deseo, más sea discreto y
cuide las apariencias, si es que no se quiere ver perjudicado. No es esto
Italia donde el vicio y la depravación no espantan y aun son timbre que se
admira y la gente aplaude. Esto es España y aquí hay que guardar las formas y
los modales; que aunque de puertas adentro cada cual se las apaña y se alivia o
solivianta como quiere, de cara afuera hay que entender que la virtud abre las
puertas, y los vicios de la carne, cuando se saben y corren de boca en boca
como es el caso, nos las cierran”.
Margarita y Antonio dejaron de verse
después de que los padres de la marquesa, antes de que la ocasión se perdiese y
las malas lenguas hicieran inviable otras mejores ofertas, decidieron alentar y
dar buen fin a las pretensiones de un viudo portugués, noble y rico aunque ya
viejo, que desoyendo las voces de la maledicencia, decidió pedir a Margarita en
matrimonio en la intención de llevarla como esposa a su tierra portuguesa,
donde apurar juntos las mieles de la vida en lo que ésta quisiera depararles.
Pocos días después de aceptar el
compromiso Margarita se presentó en casa de Antonio en la intención de
despedirse. Él nada sabía de los planes que su amante le contó con un deje de
tristeza.
= Es buen hombre y liberal en
costumbres y pensamientos. No seré más infeliz con él que con cualquier otro
que estuviera dispuesto a desposarme. Hemos hablado a las claras y entre los
dos no habrá engaño. No guarda el propósito de enmendarme ni busca esposa
ejemplar sino, como él dice, una dulce compañera de viaje.
= Pero es viejo –objetó Antonio.
= Más no tanto, ni es tan feo, y todavía es hombre en la cama.
= ¿Y a ti te place? –preguntó Antonio bromeando.
= Conozco peores amantes.
= Renuncias entonces al amor.
= ¿No es esa tu opinión?, ¿no eres tú quien dice que no es el amor sino
el interés lo que mueve nuestros actos? –le respondió Margarita entre divertida
e irónica.
= ¿Por qué me hablas así? –preguntó Antonio intuyendo la doble intención con
que le hablaba.
= Bueno, no son precisamente tus actos los que avalan tus palabras.
= Sigo sin entenderte.
= ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo miras a la princesa?
= ¿Y cómo crees tú que la miro?
= Con ojos enamorados; para mí eres transparente, Antonio.
= Ella es casada y bien casada y yo respeto a su esposo.
= Pero algo en tu interior te impide renunciar a ella.
= Aquello fue un juego de niños. Hoy sólo le guardo afecto.
Desnudos, tumbados sobre el lecho y la vista perdida en las molduras del
techo quedaron los dos pensativos largo
rato, cada cual divagando a sus adentros. Fue Antonio quien rompió el silencio.
= ¿Y si todo sale mal y te arrepientes?
Le había hablado con la seriedad del amigo que se siente preocupado.
Margarita, al escucharle, suspiró profundamente. La pregunta no le sorprendía; ella misma se la había planteado
muchas veces y había acabado por encontrar una respuesta. Lentamente se giró
sobre sí misma y buscó su copa de vino sobre una pequeña mesa junto a la cama;
la vio vacía y la llenó hasta el borde, después se la llevó a la boca y la
apuró de un solo trago dejando que el vino se le derramara entre los labios; se
limpió con el dorso de la mano y miró a Antonio fijamente; los ojos, grandes y
enrojecidos, reflejaban el brillo de unas lágrimas que apenas asomaban.
= Si todo sale mal ya encontraré algún remedio –respondió Margarita
arrastrando las palabras.
Después se sonrió en un rictus entre pícaro y malévolo, dejó caer la copa
al suelo y volviéndose hacia Antonio comenzó a acariciarle y besarle con la pasión
lujuriosa con que gustaba entregarse.
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