En estos días de la festividad del libro he visto que muchos autores noveles, ¿por qué será que no me gusta esta palabra?, parecen haberse concertado en ofrecer sus libros a precio reducido y en algunos casos regalándolos. Además, si echamos un vistazo a los que nos ofrecen sitios como Amazon, comprobaremos que como tónica general los libros se están vendiendo a precios irrisorios.
Eso me ha dado que pensar si estas estrategias comerciales no nos llevan a tirar piedras a nuestro propio tejado. No digo que como en cualquier otro producto, y el libro al fin y al cabo lo es, no quepan campañas promocionales que pasen por ofrecerlos a bajo precio; pero ¿hasta qué punto tiene sentido hacerlo por norma?, ¿cómo vamos a hacernos valer si somos los primeros en no dar valor a nuestra obra?
Es verdad que probablemente no sea ganar dinero lo que nos mueva a escribir; lo haremos por afición, placer o necesidad de inventar y contar historias, y también para colmar el deseo de comunicación que todo escritor lleva dentro.
Comprendo por tanto que hay a quien lo que verdaderamente le agrada es ser leído, antes que obtener un beneficio que probablemente ni pretendan ni siquiera se planteen; lo hacen constantemente los blogueros ofreciendo sus artículos y relatos en una actitud perfectamente razonable; pero no es de eso de lo que estoy hablando; me refiero a quienes deciden vender su obra, si bien por un precio muy bajo.
Estamos acostumbrando a la gente a leer gratis, lo que unido a esa moda supuestamente progre y pseudolibertaria, según la cual el acceso a la cultura no debe tener ningún precio, como si producirla no costara nada y los autores carecieran de derechos y necesidades, nos conduce a un modelo en el que sólo subsistirán unos pocos grupos editoriales que acabarán controlando y decidiendo, por puro interés empresarial, que es lo que debe y no debe publicarse; un modelo que empobrecerá la literatura y en el que nosotros también saldremos perjudicados.
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