jueves, 26 de abril de 2012

Recortar sin perspectiva de futuro

Que la deriva que ha tomado la política económica del gobierno nos lleva al desastre es una percepción que se hace cada más evidente. No es necesario ser un experto para deducirlo; toda una escuela económica nos advierte que renunciado a la inversión la salida de la crisis no es posible.
Sin embargo, tan grave como esta política suicida de recortes es la falta de un plan de futuro.
El PP carece de un proyecto económico de país y esto es lo que más debería preocuparnos, porque sin un proyecto las sociedades están llamadas al fracaso. 
Con cuantas objeciones pudieran plantearse el PSOE sí lo tenía y llegó a plasmarlo en una legislación a la que, con su habitual irresponsable deslealtad, los populares miraron con desdén e hicieron burla: la ley de economía sostenible, un proyecto tan ambicioso como torpemente gestionado.
El PSOE tenía un proyecto aunque cometió el error de encorsetarlo en un texto farragoso que acabó diluyéndolo en una amalgama de procesos y medidas muy diversas, complejas y específicas, más propias de un texto reglamentario que de lo que aquella ley pudo haber sido: la expresión clara y sencilla de un prometedor proyecto de futuro; para colmo de desatinos alguien decidió incluir en el paquete el detonante de una polémica explosiva, la ley Sinde, que terminó acaparando el debate y llevando a un segundo plano el núcleo legislativo.
Abordaba aquella ley la eliminación de obstáculos administrativos y tributarios a las iniciativas productivas; basaba la mejora de la competitividad en el desarrollo de la sociedad de la información, la potenciación del sistema de I+D+i y una importante reforma del sistema de formación profesional que adecuara esta oferta educativa a las necesidades de las empresas españolas; y vinculaba las estrategias de crecimiento a la sostenibilidad del modelo energético, la reducción de emisiones, el transporte y la movilidad sostenible, y el impulso del sector de la vivienda, no desde la perspectiva de la nueva construcción, sino de la rehabilitación de las viviendas existentes.
En tan condensada enumeración de objetivos se vislumbraba un modelo de país que a sus actuales potencialidades económicas, fudamentadas en la industria de automoción, la agricultura y los servicios vinculados al turismo, agregaba un sector de actividad con evidente potencial de crecimiento: la industria de la eficiencia energética y las energías alternativas, en el que España comenzaba a consolidar un incipente liderazgo.
Como modelo productivo se propugnaba, qué nostalgia da pensarlo, el empleo de calidad, la igualdad de oportunidades y la cohesión social, garantizando el respeto ambiental y el uso racional de los recursos naturales, sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades.
Ese era el modelo proyectado, el mismo que el PSOE no supo trasmitir con la suficiente convicción y claridad.
Mas si nos preguntamos por el modelo económico que preconiza el partido en el gobierno, el vacío es la única respuesta que nos llega a los oídos. No hay modelo ni proyecto que no sea el de reducir cuanto se pueda el sector público, en el propósito esperanzado de que una vez fluya el crédito los problemas comiencen a resolverse. Es como un acto de fe que precinde de cualquier hoja de ruta. Lo más que se ha podido escuchar es que seran las PYMES las que en algún momento, y animadas por la facilidad del despido, se decidiran de una vez a contratar, y así, contrato aquí, contrato allá, se acabará invirtiendo la tendencia y el paro comenzará a reducirse. Ese es el modelo del PP, y a ese incierto esquema de ramplona economía al que nos dirigimos.

domingo, 22 de abril de 2012

Soraya y los extranjeros (pobres)

Sostiene la inefable Soraya Saenz de Santamaría que al gobierno no le gusta tomar las medidas a las que se está viendo obligado; yo lo dudo, al menos respecto de algunas de ellas. En concreto: dudo que no le agrade a este gobierno denegar la asistencia sanitaria a los extranjeros sin papeles. 
Es verdad que realizo un juicio de intención, pero me baso en algunos argumentos. No hay que ser un lince para advertir que en España, como en otras partes, hay mucha gente reacia a compartir beneficios con quienes vienen de fuera, sujetos molestos a los que no hay más remedio que soportar y mantener a costa de una merma en nuestros propios derechos. No me extraña que el gobierno comparta este planteamiento, y que haya saboreado el regusto demagógico de un recorte que buena parte de su clientela aplaude con entusiasmo.
Sin embargo, lo que más enerva de la medida que ha adoptado este gobierno es el argumento con que doña Soraya intenta explicar su justicia y supuesta razonabilidad. Según la vicepresidenta el acceso a la sanidad pública se deniega a los extranjeros no regularizados por la sencilla razón de que no pagan impuestos. 
El argumento no puede ser más falaz y lamentable. En primer lugar, debe saber la vicepresidenta, y seguro que lo sabe, porque es una mujer lista y estudiada, que los extranjeros sin papeles también pagan impuestos, al menos los indirectos, de los que nadie se salva. Claro está que lo hacen en función de sus capacidades económicas, que es precisamente lo que dice la Constitución, y por eso y sólo por eso, porque son más pobres, pagan menos, sobre todo los que no trabajan, no porque no quieran, sino porque la ley y el paro les impide hacerlo.
En cuanto a los impuestos directos, y en particular el de la renta, es una evidencia que no requiere demasiada explicación, que si los extranjeros no los pagan no es por delibarada insumisión; en realidad están deseando hacerlo, incluso aquellos que con salarios de miseria nutren nuestra próspera economía sumergida, esa que genera abultados beneficios en negro que a la postre éste gobierno, indulgente según los casos, perdona y amnistía, permitiendo a los explotadores y defraudadores blanquear por un módico diez por ciento. 
Por cierto, según el argumento de la vicepresidenta, y con más razón si cabe, a estos defraudadores patrios también habría que negarles la sanidad pública, pues teniendo la obligación tributar se niegan insolidariamente a hacerlo. ¿Tendrá sanidad pública el exalcalde de Santiago que desvió el importe del IVA a tapar sus agujeros? !Ah no!, que este hombre es español y la cosa va con los extranjeros, faltaría más. Bueno, pues entonces que no engañen, que eviten los falsos argumentos; que digan: no queremos dar sanidad a los extranjeros pobres. El discurso quedaría más claro, y aunque igual de inmoral e indigno, resultaría más honesto.

viernes, 20 de abril de 2012

Confianza en un modelo que no la inspira


Lo cierto es que ante el panorama sombrío que nos acecha, uno debería sentir tranquilidad al comprobar la convicción con que nuestros gobernantes afirman su seguridad de que andamos por el buen camino, pues, según afirman sin torcer el gesto, el conjunto de sabias (y dolorosas) medidas que se están aplicando, pasado un tiempo, acabarán por dar sus frutos y sacarnos de la crisis.

Si así fuera, y aun a costa de tantas cesiones ideológicas como a las que la política neoliberal obliga, podría pensarse que valdrían la pena los esfuerzos. Sin embargo, cuando uno repara en quiénes son aquellos que nos marcan el camino, lo cierto es que no faltan motivos para que surjan las dudas. Reparamos, de este modo, en que quien diseña y ejecuta nuestra política económica es el señor de Guindos, en cuyo currículum destaca el dudoso mérito de haber sido un alto ejecutivo de la inefable Lehman Brothers, denominación de referencia de un estrepitoso fiasco financiero, incapaz de vaticinar y amortiguar su propia ruina, y con ella el inicio de la más grave crisis financiera de los últimos tiempos, de la que todavía no nos hemos recuperado.

Uno puede imaginar que con la misma autosuficiencia y seguridad que ahora dictamina la imprescindible reducción de déficit, a costa de servicios e inversión, asesoraría en su tiempo, que para eso es de suponer que tan generosamente le pagaban, que la estrategia especulativa en que su patrón andaba envuelto era la antesala del desastre más absoluto. Sin embargo, nada de eso consta que ocurriera, lo que nos lleva a pensar, por salvar su buena fe, que en realidad de Guindos era incapaz de anticipar el futuro al que llevaban aquellas estrategias, tan sesudas en apariencia y a la postre tan descabelladas y suicidas.

Tampoco hay que olvidar que de Guindos, al igual que Montoro, su compañero de viaje y de gobierno, y condiscípulo del reduccionismo liberal, tuvo un importante papel en aquellos gobiernos de Aznar en los que se insufló la burbuja de ladrillo; aquella que al estallar descubrió cuán frágiles fundamentos estaban sosteniendo nuestra economía. 

No son, por tanto, nuestras autoridades económicas, los mejores y más acreditados exponentes del talento y la sabiduría que una situación tan difícil reclama y necesita. 

Pero es que, además de las personas, el modelo también genera dudas. La prometida “confianza” que con el sólo cambio de gobierno se asentaría, empieza a comprobarse que no era más que una entelequia, y un recurso en el discurso electoral, que escondía las verdaderas consecuencias de una apuesta cargada de ideología.

Una apuesta basada en el efecto expansivo de las políticas de austeridad, que se nos quiere hacer ver como  exclusiva e inevitable, incontestable, cuando en realidad no es más que la opción estratégica del conservadurismo global; una opción discutible y discutida, contrapuesta al modelo alternativo que defiende el incentivo y la inversión, por el que apuestan opciones más progresistas. Que no se nos venda, porque no es cierto, que no cabe alternativa. Las medidas que está tomando el gobierno encuentran valedores bien conocidos, pero también muy serios argumentos en su contra.

En España y a día de hoy, lo evidente es que al compás de estas medidas se oscurecen los augurios, las dudas se multiplican y las bolsas se precipitan. Y uno se pregunta si es que no sólo muchos ciudadanos, sino también los mercados, siempre astutos, empiezan probablemente a comprender que en nuestra situación, una política de reducción del déficit que, a la vez, no impulse la inversión y el consumo, es una política erronea que nos llevará irremisiblemente a la ruina.