En El País digital del día 12 de junio, bajo una fotografía que reproduce un paisaje dantesco de llamas y encapuchados, el titular de la noticia informa que "Los indignados toman Taskin tras ser dealojados por la policía". El lenguaje bélico que utiliza el periodista probablemente sea descriptivo del clima de revuelta social que se está viviendo en Turquía, sin embargo, la alusión a los "indignados" como protagonistas de la noticia no me parece adecuada y resulta cuando menos sorprendente.
Hasta ahora la violencia no ha sido una seña de identidad de quienes tomaban las plazas para expresar con determinación su descontento; la violencia, cuando ha existido, no ha sido más que la desviación de un movimiento que había encontrado en la protesta pacífica uno de sus más sólidos fundamentos. Los indignados eran y son hombres y mujeres corrientes, empleados, profesores, amas de casa, venerables ancianos y jóvenes trabajadores y estudiantes cuya fuerza radica, precisamente, en una suerte de superioridad moral frente a instituciones caducas y culpables. En España era una democracia desvirtuada por la corrupción y la inoperancia la que sucumbía frente a la frescura de las asambleas callejeras que ponían al descubierto las vergüenzas del sistema. Equiparar a esos indignados con sujetos encapuchados que reaccionan violentamente distorsiona gravemente el concepto.
INDIGNAOS!, clamaba José Luis San Pedro en su prólogo al celebre 'Indignaos!' de Stéphane Hessel, pero añadía a continuación: "sin violencia".
INDIGNAOS!, clamaba José Luis San Pedro en su prólogo al celebre 'Indignaos!' de Stéphane Hessel, pero añadía a continuación: "sin violencia".
Entre nosotros la indignación sigue latente acumulando argumentos a golpe de políticas absurdas y un sufrimiento cada vez más extenso que reclama soluciones que no llegan. Pero ni el debate en las plazas ni el ingenio en las proclamas a la postre resuelven los problemas. Participar o no en la política real es también una de las claves del debate; la desconfianza es comprensible pero agotado el ímpetu de la asamblea ciudadana no existe otro camino que el de la participación democrática.
Eso debieron pensar quienes desde el municipio de Torrelodones demuestran que otra forma de hacer política es posible; para mí ellos también son indignados que han tomado el camino de asumir responsabilidades; debieran servir de ejemplo para que otros sigan sus pasos y trasladen también su indignación desde las calles y las plazas al seno de los partidos y los órganos de decisión de las instituciones; pero por favor, que no los confundan con los encapuchados de la plaza de Taskin, no se trata de establecer comparaciones, simplemente son otra cosa.
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