Después de comer, Carlos y yo salimos a la calle otra vez; el ambiente
parecía más sosegado pero se palpaba una tensión densa y latente. A media
tarde una consigna voló de boca en boca llamándonos a la Puerta del Sol. Allí
se trasladó medio Madrid y allí nos fuimos nosotros. A las siete de la tarde no cabía un alma en la plaza. La muchedumbre ocupó las
calles adyacentes, a la espera del acontecimiento que, se decía, en cualquier momento se iba a producir. De pronto vimos movimiento en un balcón del
Ministerio; aparecieron, entre otros, Miguel Maura, Manuel Azaña y Largo
Caballero. Se hizo el silencio y alguien tomó la palabra a través de un
altavoz; el rey, nos dijo, había abandonado el país con rumbo a Francia, y antes
de marcharse había cesado al gobierno. Por ello, continuaba el orador, ante el
vacío de poder que se había producido, los allí presentes, a la vista de los resultados de las elecciones y en el nombre del pueblo
soberano, proclamaban el nacimiento de una república que se hacía cargo de los
designios de España. Don Niceto Alcalá-Zamora asumía provisionalmente la presidencia, y su primer
gobierno se constituiría con carácter inmediato, con el encargo de redactar una
constitución. Calló el orador y un espeso e impresionante silencio se apoderó de la plaza; de pronto desde el mismo balcón alguien gritó: “¡Viva la
República!”, y la multitud respondió al unísono un estruendoso “¡Viva!”,
que dio paso a una explosión indescriptible de entusiasmo.
Fragmento de una novela que espero ver algún día publicada.
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