miércoles, 13 de febrero de 2013

Las mafias de la emigración


Casi todos los días, muy temprano, me cruzo con subsaharianos que se dirigen a la comisaría de policía. Andan deprisa, animados, como quien acude a una cita de la que espera buenas noticias. Es curioso porque se dirigen a cumplimentar los trámites de su expulsión, y ellos lo saben, igual que ejecutarla será un proceso largo y complicado, y en muchos casos imposible de cumplir.
En cualquier caso, y esto también explica la ilusión que se refleja en sus caras, su situación es incomparablemente mejor que la que padecían hace solo unos días en Marruecos, pasando miedo, hambre y necesidad; o unos meses atrás en Malí, Liberia, Zaire o Senegal, donde el hambre, la guerra y un futuro inexistente les decidió a emprender una penosa y peligrosa aventura, que ahora sospechan, esperanzados, que tal vez encuentre un buen final.



Son los mismos jóvenes de los que sólo unos días antes se hacían eco las noticias. Por tierra o por mar, a bordo de una balsa de juguete, saltando la valla o arremetiendo con furia los pasos de la frontera, al final logran entrar. ¿Quién podría pararlos?, han cruzado miles de kilómetros escapando del infierno, ¿alguien puede imaginar que no van a dar el último paso? 

Las organizaciones humanitarias que les prestan apoyo nos cuentan lo que sienten cuando logran alcanzar este lado, el nuestro: “la sensación de pisar Europa es indescriptible, es como volver a nacer”, nos dicen estos jóvenes con los ojos muy abiertos.



También casi todos los días escucho a las autoridades hablar de ellos. El discurso es monocorde, de manual, expuesto como un mantra, ya cansino, que describe el barniz del problema y ni siquiera se plantea la sustancia. Son las mafias, nos dicen, las que por sus criminales intereses empujan a estos hombres y mujeres.
Pero al hablar de mafias, ¿a quién se están refiriendo?

A la propaganda oficial se le da bien criminalizar todo aquello que no puede controlar, por eso se apresuran a llamar mafias a quienes ponen en evidencia sus propias verguenzas y su más que acreditada incompetencia. Pero no nos confundamos y andemos alerta, la propaganda, por definición, lo que pretende no es más que confundir al personal; mostrarnos aquello que se quiere que veamos, probablemente para tapar lo que hay detrás.

¿Quién crea el caldo de cultivo y establece cuantas condiciones conducen a que esta cruel emigración sea lo que es? ¿Dónde se acaban o dónde empiezan las mafias?, ¿a quiénes verdaderamente beneficia un estado de cosas que se nos pretende hacer pasar por lógico y normal? 

En su libro El negocio de la xenofobia Claire Rodier profundiza con rigor y aporta claves y datos sobre los que reflexionar. 

El control de la inmigración ilegal se ha convertido en un lucrativo negocio que genera millonarios beneficios a todo un entramado de empresas para las que la persistencia de estos flujos migratorios constituye el presupuesto ineludible de su actividad. 



La visión reaccionaria que presenta al inmigrante como una amenaza a nuestra cómoda existencia, no es sólo un planteamiento que se nutre de la xenofobia, es también la base sobre la que se sustentan fabulosos negocios que encuentran en la impermeabilización de las fronteras su única razón de ser.



Son las auténticas beneficiarias del drama, pero a estas no se refieren nuestras autoridades cuando nos habla de las mafias, con estas firman contratos y se reúnen a comer.


El anteproyecto de las cuentas para el próximo año también destina una partida de 25 millones para las repatriaciones de inmigrantes. El ministro Fernández Díaz mete la tijera en gastos corrientes y Personal.

El Ministerio del Interior ha asignado para el año que viene tres millones de euros al mantenimiento del perímetro de seguridad de las ciudades de Melilla y Ceuta con Marruecos. Esta partida podría llegar a ampliarse un millón más, según explicó ayer en el Congreso de los Diputados el secretario de Estado de Seguridad, Ignacio Ulloa. (El Faro de Melilla, 10 de octubre de 2012)

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