sábado, 19 de enero de 2013

La sentencia de Escobedo


Como casi siempre por aquellos tiempos, don Felipe estaba en el Escorial supervisando las obras del monasterio, que ya estaban terminadas en una buena parte. Antonio no tenía ningún despacho concertado, pero se acercó a ver al rey con urgencia; solicitaba informar de un asunto de la máxima gravedad que resultaba inaplazable; había concebido un plan y debía comenzar inmediatamente a ejecutarlo.
El rey le hizo pasar al gabinete donde revisaba los planos y maquetas que unos capataces de las obras le mostraban. Era la misma estancia donde años atrás él mismo, con Ruy Gómez y Juan de Austria, le rebelaron la conspiración que tramaba el príncipe don Carlos; la expresión con que lo recibió el rey le hizo revivir aquel momento.
Don Felipe despidió a los capataces y se quedó a solas con Antonio, que se dispuso a relatarle su entrevista con Escobedo, omitiendo, claro está, lo relativo a sus osadas amenazas. A modo de introducción le expuso que Escobedo pedía audiencia en nombre de don Juan para solicitar fondos con los que emprender la campaña de Inglaterra, mas sabedor que aquello molestaría al rey, Antonio enfatizó el tono exigente de Escobedo y deslizó con sutileza su alarma por las que parecían ser las verdaderas intenciones de su hermano.
= Explicaos –le pidió el rey.
= Ya os he venido poniendo al corriente del desapego hacia vos con que Escobedo se comporta últimamente.
El rey asintió y se mantuvo atento.
= Ahora he de trasladaros mi impresión, más bien mi convencimiento, de que Escobedo maneja por completo a vuestro hermano.
= En qué os basáis para afirmar eso.
= Ya sabéis que él me trata con franqueza, al igual que a la princesa por el favor que le guardaba su difunto esposo. Pues bien, hace unas noches quiso vernos y nos pidió que fuéramos a su casa, allí nos reunió en su gabinete para confiarnos cuáles son sus planes y pedirnos que le apoyemos. Según nos confesó ha logrado convencer a don Juan para irrumpir en Inglaterra con o sin vuestro consentimiento; afirma que es una cuestión decidida que sólo espera que se reciban en Flandes las próximas remesas con que pagar los sueldos pendientes; piensan emplearlas en financiar la invasión.
= ¿Estáis seguro de lo que decís?
= Completamente, majestad; la princesa también se encontraba presente cuando Escobedo se delató pensando que hablaba en confianza.
= ¿Y qué papel juega Ana de Mendoza en este asunto? –preguntó el rey con extrañeza.
= En nuestro ardid hacemos ver a Escobedo que nuestro apoyo es el apoyo del partido de Ruy Gómez; era el modo de hacerle sentirse arropado por importantes valedores en la corte.
El rey dio por buena la respuesta aunque intuyó que algo tendría que ver que Antonio y Ana Mendoza fueran amantes, pues pensaba que seguían siéndolo, y, cómo no, también la afición por las intrigas que desde siempre había mostrado la princesa.
Por lo demás, don Felipe quedó plenamente convencido de que Antonio le hablaba con fundamento y que Escobedo se había convertido ya no sólo en un peligro, sino también en un traidor ante el que obrar con contundencia.
= ¿Y qué es lo que proponéis? –le preguntó el rey a su privado.
= Aplicar la razón de estado, y hacerlo pronto y discretamente, majestad.
= ¿Y por qué no detenerle y procesarle?
= Podría ser –admitió Antonio-, pero os arriesgáis a que en el proceso salgan a la luz asuntos delicados de Flandes; los propios planes de invasión o la dificultad para hacer frente a los gastos de la guerra, sin ir más lejos. Además, si se acusa de traidor a Escobedo ¿con qué razón no habríais de hacer lo mismo con vuestro hermano?
El rey permaneció meditabundo un largo rato. Ignorando la presencia de Antonio comenzó a dar vueltas de un lado a otro del gabinete, caminando cabizbajo y muy despacio. Por momentos se detenía ensimismado ante los amplios ventanales para observar hacia el norte los lejanos montes del Pardo. 
= He de pensarlo despacio –dijo por fin el rey-; retiraos pero permaneced en palacio hasta que os de aviso.
Aquella tarde la pasó el rey con su confesor dando largos paseos por los jardines del monasterio. El rey apenas hablaba, era Fray Diego de Chaves quien, con las manos recogidas entre las mangas del hábito, disertaba sin interrupción ante los atentos oídos del monarca, que con expresión grave y adusta sólo escuchaba y asentía a veces.
Esa misma noche don Felipe hizo llamar a su secretario.
= ¿Tenéis algún plan concebido? –le dijo por todo saludo
= Sólo un esbozo –respondió Antonio.
= Haced lo que tengáis que hacer, pero a mi dejadme al margen.
= Y a mí, majestad, llegado el caso ¿quien me protege? –preguntó Antonio mirando fijamente a los ojos del monarca.
= Si llegado fuera el caso podréis contar con mi amparo –le respondió el rey devolviéndole la mirada.

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