Como casi siempre por aquellos tiempos, don
Felipe estaba en el Escorial supervisando las obras del monasterio, que ya
estaban terminadas en una buena parte. Antonio no tenía ningún despacho
concertado, pero se acercó a ver al rey con urgencia; solicitaba informar
de un asunto de la máxima gravedad que resultaba inaplazable; había concebido
un plan y debía comenzar inmediatamente a ejecutarlo.
El rey le hizo pasar al gabinete donde revisaba
los planos y maquetas que unos capataces de las obras le mostraban. Era la
misma estancia donde años atrás él mismo, con Ruy Gómez y Juan de Austria, le
rebelaron la conspiración que tramaba el príncipe don Carlos; la expresión con
que lo recibió el rey le hizo revivir aquel momento.
Don Felipe despidió a los capataces y se
quedó a solas con Antonio, que se dispuso a relatarle su entrevista con
Escobedo, omitiendo, claro está, lo relativo a sus osadas amenazas. A modo de
introducción le expuso que Escobedo pedía audiencia en nombre de don Juan para
solicitar fondos con los que emprender la campaña de Inglaterra, mas sabedor
que aquello molestaría al rey, Antonio enfatizó el tono exigente de Escobedo y deslizó
con sutileza su alarma por las que parecían ser las verdaderas intenciones de
su hermano.
= Explicaos –le pidió el rey.
= Ya os he venido poniendo al corriente
del desapego hacia vos con que Escobedo se comporta últimamente.
El rey asintió y se mantuvo atento.
= Ahora he de trasladaros mi impresión,
más bien mi convencimiento, de que Escobedo maneja por completo a vuestro
hermano.
= En qué os basáis para afirmar eso.
= Ya sabéis que él me trata con franqueza,
al igual que a la princesa por el favor que le guardaba su difunto esposo. Pues
bien, hace unas noches quiso vernos y nos pidió que fuéramos a su casa, allí
nos reunió en su gabinete para confiarnos cuáles son sus planes y pedirnos que
le apoyemos. Según nos confesó ha logrado convencer a don Juan para irrumpir en
Inglaterra con o sin vuestro consentimiento; afirma que es una cuestión
decidida que sólo espera que se reciban en Flandes las próximas remesas con que
pagar los sueldos pendientes; piensan emplearlas en financiar la invasión.
= ¿Estáis seguro de lo que decís?
= Completamente, majestad; la princesa
también se encontraba presente cuando Escobedo se delató pensando que hablaba
en confianza.
= ¿Y qué papel juega Ana de Mendoza en
este asunto? –preguntó el rey con extrañeza.
= En nuestro ardid hacemos ver a Escobedo
que nuestro apoyo es el apoyo del partido de Ruy Gómez; era el modo de hacerle
sentirse arropado por importantes valedores en la corte.
El rey dio por buena la respuesta aunque
intuyó que algo tendría que ver que Antonio y Ana Mendoza fueran amantes, pues pensaba
que seguían siéndolo, y, cómo no, también la afición por las intrigas que desde
siempre había mostrado la princesa.
Por lo demás, don Felipe quedó plenamente
convencido de que Antonio le hablaba con fundamento y que Escobedo se había
convertido ya no sólo en un peligro, sino también en un traidor ante el que
obrar con contundencia.
= ¿Y qué es lo que proponéis? –le preguntó
el rey a su privado.
= Aplicar la razón de estado, y hacerlo
pronto y discretamente, majestad.
= ¿Y por qué no detenerle y procesarle?
= Podría ser –admitió Antonio-, pero os
arriesgáis a que en el proceso salgan a la luz asuntos delicados de Flandes;
los propios planes de invasión o la dificultad para hacer frente a los gastos
de la guerra, sin ir más lejos. Además, si se acusa de traidor a Escobedo ¿con
qué razón no habríais de hacer lo mismo con vuestro hermano?
El rey permaneció meditabundo un largo
rato. Ignorando la presencia de Antonio comenzó a dar vueltas de un lado a otro
del gabinete, caminando cabizbajo y muy despacio. Por momentos se detenía
ensimismado ante los amplios ventanales para observar hacia el norte los
lejanos montes del Pardo.
= He de pensarlo despacio –dijo por fin el
rey-; retiraos pero permaneced en palacio hasta que os de aviso.
Aquella tarde la pasó el rey con su
confesor dando largos paseos por los jardines del monasterio. El rey apenas
hablaba, era Fray Diego de Chaves quien, con las manos recogidas entre las
mangas del hábito, disertaba sin interrupción ante los atentos oídos del
monarca, que con expresión grave y adusta sólo escuchaba y asentía a veces.
Esa misma noche don Felipe hizo llamar a
su secretario.
= ¿Tenéis algún plan concebido? –le dijo
por todo saludo
= Sólo un esbozo –respondió Antonio.
= Haced lo que tengáis que hacer, pero a
mi dejadme al margen.
= Y a mí, majestad, llegado el caso ¿quien
me protege? –preguntó Antonio mirando fijamente a los ojos del monarca.
= Si llegado fuera el caso podréis contar
con mi amparo –le respondió el rey devolviéndole la mirada.
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