Mientras cocinaba tomamos un poco de vino y
charlamos animosamente sobre gustos y aficiones sobretodo culinarias. Manuela
demostró ser toda una experta y gran aficionada a la cocina, y ya no sólo a
preparar suculentos platos y delicias sino también a degustarlos, de lo que
daba fe su figura rotunda y voluptuosa, prieta y firme pero también entrada en
carnes.
Presumida como era, siempre iba muy
arreglada, y esta vez, bajo el delantal, estaba espléndida. Mientras me hablaba
a veces yo perdía el hilo y me escapaba hacia sus brazos carnosos y torneados,
o me quedaba absorto contemplando sus labios cuidadosamente perfilados, o sus
ojos tan vivos y expresivos que eran capaz de hablar por sí solos. Sin poder
remediarlo me iba detrás de sus pechos redondos y poderosos, que presos del
sujetador asomaban tersos y sugerentes, y botaban a cada movimiento como
danzando dentro de su escote amplio y holgado, apenas sostenido por dos finas
tiras muy livianas que resbalaban constantemente por la desnuda curvatura de
sus hombros. Ella sentía el calor de mis miradas y yo que se complacía del
momento. Lo notaba en la forma de hablarme y de mirarme, al inclinarse a coger
algo y exagerar la procacidad de la postura que adoptaba, y en algunos sutiles
roces que provocaba, sin apenas disimulo, al moverse por aquella cocina tan
estrecha. Ni que decir tiene que después de tanto tiempo de abstinencia, pensar
que aquella hermosa mujer se me estaba insinuando despertaba mis instintos,
aunque yo, más por mor del pudor que por querer hacerlo, intentaba disimularlo
adoptando una actitud comedida y recatada, si bien, sin que pudiera evitarlo,
mis ojos y mis labios entreabiertos delataban a gritos mis deseos.
Cuando todo estuvo preparado nos sentamos a
la mesa y disfrutamos de una comida excelente en la que sólo faltó algo de
vino, pues a los dos nos gustaba y la botella sólo nos duró un momento. Después
de apurar el guiso y festejarnos con los pasteles que traje, el café y un par
de copas de anís pusieron un toque dulce final sumamente placentero.
Mientras comíamos hablábamos sin parar
saltando de un tema a otro; de nuestros trabajos, la familia y tantos recuerdos
buenos y malos que sobrevenían al evocar tiempos pasados, de la vida que
habíamos llevado, pocas veces generosa y otras tan ingrata y despiadada. Al
terminar de comer y encender yo mi cigarro, parecía que ya todo estaba dicho, y
una espesura se apoderó del momento sumiéndonos en el silencio, cada cual
meditando, como ausente, a sus adentros.
“¿Más Café?”, me preguntó rompiendo el vacío de
palabras. Asentí con un gesto y ella se levantó lentamente, perezosa, casi
lánguida, para ir a la cocina a prepararlo. Me quedé ensimismado en mis propios
pensamientos y la oí trajinar con los cacharros; al poco sentí que regresaba y
pasaba por mi lado, entonces se paró y se me quedó mirando con una expresión de
duda en el semblante. Sin apartar sus ojos de los míos los fue acercando, llevó
sus manos a mis mejillas y me dio un beso apasionado; una vez se encontraron
nuestros labios no querían separase, y nuestras lenguas se enredaron ansiosas y
endiabladas; yo me levanté y comencé a acariciarla, y ella tiró de mí y me
llevó a su dormitorio desabrochándome la camisa y sin dejar de besarme; le
quité el vestido y ante mis ojos apareció un cuerpo cálido, suave y generoso, y
ya desnudos los dos nos echamos a la cama. Se me encendió la pasión y quise
tenerla de inmediato; ella me paró, “tranquilo Ernesto, que no se acaba el
mundo ni esto es robado, despacio”, me susurró acercando sus labios a mi oído,
mientras sus uñas afiladas acariciaban mi espalda y sus piernas abrazaban las
mías como dos recias tenazas. Hicimos el amor con la furia del deseo largamente
insatisfecho, y a la vez con la pasión de dos enamorados. Fue el momento más
dulce y tierno de mi vida, incomparable a todo lo anterior, completamente
distinto al sexo comprado que, a mis casi cincuenta años, era el único que
hasta entonces conocía.
Este fragmento pertenece a la novela "La azarosa vida de Ernesto Valente". Si quieres leer su principio o descargártela pulsa aquí.
Este fragmento pertenece a la novela "La azarosa vida de Ernesto Valente". Si quieres leer su principio o descargártela pulsa aquí.
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