jueves, 13 de diciembre de 2012

Pasión de sobremesa


Mientras cocinaba tomamos un poco de vino y charlamos animosamente sobre gustos y aficiones sobretodo culinarias. Manuela demostró ser toda una experta y gran aficionada a la cocina, y ya no sólo a preparar suculentos platos y delicias sino también a degustarlos, de lo que daba fe su figura rotunda y voluptuosa, prieta y firme pero también entrada en carnes.
Presumida como era, siempre iba muy arreglada, y esta vez, bajo el delantal, estaba espléndida. Mientras me hablaba a veces yo perdía el hilo y me escapaba hacia sus brazos carnosos y torneados, o me quedaba absorto contemplando sus labios cuidadosamente perfilados, o sus ojos tan vivos y expresivos que eran capaz de hablar por sí solos. Sin poder remediarlo me iba detrás de sus pechos redondos y poderosos, que presos del sujetador asomaban tersos y sugerentes, y botaban a cada movimiento como danzando dentro de su escote amplio y holgado, apenas sostenido por dos finas tiras muy livianas que resbalaban constantemente por la desnuda curvatura de sus hombros. Ella sentía el calor de mis miradas y yo que se complacía del momento. Lo notaba en la forma de hablarme y de mirarme, al inclinarse a coger algo y exagerar la procacidad de la postura que adoptaba, y en algunos sutiles roces que provocaba, sin apenas disimulo, al moverse por aquella cocina tan estrecha. Ni que decir tiene que después de tanto tiempo de abstinencia, pensar que aquella hermosa mujer se me estaba insinuando despertaba mis instintos, aunque yo, más por mor del pudor que por querer hacerlo, intentaba disimularlo adoptando una actitud comedida y recatada, si bien, sin que pudiera evitarlo, mis ojos y mis labios entreabiertos delataban a gritos mis deseos.
Cuando todo estuvo preparado nos sentamos a la mesa y disfrutamos de una comida excelente en la que sólo faltó algo de vino, pues a los dos nos gustaba y la botella sólo nos duró un momento. Después de apurar el guiso y festejarnos con los pasteles que traje, el café y un par de copas de anís pusieron un toque dulce final sumamente placentero.
Mientras comíamos hablábamos sin parar saltando de un tema a otro; de nuestros trabajos, la familia y tantos recuerdos buenos y malos que sobrevenían al evocar tiempos pasados, de la vida que habíamos llevado, pocas veces generosa y otras tan ingrata y despiadada. Al terminar de comer y encender yo mi cigarro, parecía que ya todo estaba dicho, y una espesura se apoderó del momento sumiéndonos en el silencio, cada cual meditando, como ausente, a sus adentros. 
“¿Más Café?”, me preguntó rompiendo el vacío de palabras. Asentí con un gesto y ella se levantó lentamente, perezosa, casi lánguida, para ir a la cocina a prepararlo. Me quedé ensimismado en mis propios pensamientos y la oí trajinar con los cacharros; al poco sentí que regresaba y pasaba por mi lado, entonces se paró y se me quedó mirando con una expresión de duda en el semblante. Sin apartar sus ojos de los míos los fue acercando, llevó sus manos a mis mejillas y me dio un beso apasionado; una vez se encontraron nuestros labios no querían separase, y nuestras lenguas se enredaron ansiosas y endiabladas; yo me levanté y comencé a acariciarla, y ella tiró de mí y me llevó a su dormitorio desabrochándome la camisa y sin dejar de besarme; le quité el vestido y ante mis ojos apareció un cuerpo cálido, suave y generoso, y ya desnudos los dos nos echamos a la cama. Se me encendió la pasión y quise tenerla de inmediato; ella me paró, “tranquilo Ernesto, que no se acaba el mundo ni esto es robado, despacio”, me susurró acercando sus labios a mi oído, mientras sus uñas afiladas acariciaban mi espalda y sus piernas abrazaban las mías como dos recias tenazas. Hicimos el amor con la furia del deseo largamente insatisfecho, y a la vez con la pasión de dos enamorados. Fue el momento más dulce y tierno de mi vida, incomparable a todo lo anterior, completamente distinto al sexo comprado que, a mis casi cincuenta años, era el único que hasta entonces conocía.

Este fragmento pertenece a la novela "La azarosa vida de Ernesto Valente". Si quieres leer su principio o descargártela pulsa aquí.

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