Hay noticias con los ingredientes de una intriga de altos vuelos, y la virtud de plantear tantas preguntas como respuestas.
Eso es lo que me ha sugerido leer que el FBI ha detenido a cinco ciberpiratas al parecer vinculada a Anonymous, esa emergente franquicia del ciberterrorismo mundial, cuya actividad, autoproclamada revolucionaria, parece ser que invade y se expande en la red, como un ángel justiero que pretendiera poner en jaque a cuantas estructuras políticas o económicas (si es que hoy cabe distinguirlas) se integran en el poder mundial oficialmente establecido.
Se acusa a los detenidos de incordiar encarnizada y soterradamente a instituciones tan poderosas como Visa, Mastercard o Paypal, como venganza por negarse a canalizar las donaciones dirigidas a Wikileaks, con quien mantienen vínculos estrechos, gobiernos de distinto signo y condición, y otras curiosas entidades cuya existencia y actividad resulta cuando menos sorprendente, como es el caso de una firma de nombre Stratford, dedicada a la inefable tarea de elaborar análisis geopolíticos a gobiernos y empresas, de la que al parecer la mencionada ciberorganización ha logrado hacerse con los datos personales de sus 869.000 clientes.
Además de talento informático estos ciberpiratas demuestran tino al fijar su atención en la clientela de esa "CIA en la sombra", cuyos servicios de espionaje se ofrecen y prestan a las principales multinacionales y servicios secretos del mundo, y al parecer a otra interminable legión de interesados.
Con tal saña y decisión el sistema se emplea en la defensa de esos datos personales, que el cabecilla de la banda se enfrenta a una acusación de 124 años de prisión, lo que desde luego no se impone por cualquier minucia.
Pero la noticia encierra más jugosa información, como que uno de los detenidos, conocido como Suba, simultaneaba su militancia ciberterrorista con la no menos inquietante actividad de confidente infiltrado, al servicio del taimado FBI, fruto de la cual se han producido las otras cuatro detenciones y su sospechosa puesta en libertad.
Si es verdad que el rostro es el espejo del alma, el que se ha difundido del tal Suba no trasmite la mejor impresión. La imagen que se divulga nos presenta a un ser de aspecto abyecto y despreciable. Sin embargo, a la vista de a quién interesa su desprestigio, uno se pregunta, al menos yo lo hago, si no nos encontramos ante un propósito deliberado de querernos hacer ver lo blanco negro.
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