domingo, 2 de junio de 2013

'Todo lo que era sólido', de Antonio Muñoz Molina (Reseña)


"No está el mañana ni el ayer escrito. El fatalismo de que nada podrá arreglarse es tan infundado como el optimismo de que las cosas buenas, porque parecen sólidas, vayan necesariamente a durar"

'Todo lo que era sólido' es ante todo una crónica de las veleidades y excesos que nos han traído al abismo en que nos encontramos; pero es también un relato ameno, sugestivo y magistralmente escrito. 

En tiempos de crisis es de agradecer un discurso regenaricionista en el sentido clásico; aquél que se hace presente para constatar las razones de los fracasos colectivos: el que ahora comprobamos y sufrimos a diario en nuestras carnes. 

A través de una mirada inteligente y reflexiva 'Todo lo que era sólido' nos explica porqué en realidad nada lo era, señalando causas y culpables a veces evidentes y otras no tanto: la cultura del pelotazo, administraciones mastodónticas y artificiales, políticos adevenedizos más preocupados por medrar y perpetuarse en los cargos que por el servicio público, la corrupción como un cáncer, el clientelismo y la traición a los principios para abrazar el boato de las moquetas y los coches oficiales. 

Pocos ámbitos escapan de las culpas: políticos, banqueros, financieros, expertos, ciudadanos, periodistas. De todo eso nos habla Muñoz Molina con la misma clara evidencia con que todo ha sucedido a nuestros ojos, hace muy pocos años en un país que ya no es éste. 'Todo lo que era sólido' es un viaje a un pasado en el que abrumados por la ofertas de áticos, adosados, viajes exóticos y automóviles de alta gama, sentimos la osadía de creernos protagonistas de un milagro ilusorio que ahora comprobamos que era tan frágil como un castillo de naipes levantado  al albur del capricho, la codicia y los delirios irresponsables de unos y de otros, sostenido por burbujas de ladrillos insufladas de unos créditos que nos creimos baratos.

El libro rezuma pesimismo a lo largo de sus páginas, y también un irónico desencanto sustentado en una prolija recopilación de datos que son como pinceladas con las que el autor pinta el espejismo que dejamos a nuestras espaldas. Porque aquello fue un espejismo, un engaño, y es por ello que constatar su fracaso abre también un resquicio a la esperanza.

No fueron tan buenos tiempos aquellos en que nos creímos ricos e importantes, cuando de la mano de la construcción descontrolada de inútiles autopistas, aeropuertos fantasma, rotondas, campos de golf y aberrantes urbanizaciones de viviendas adosadas, dilapidábamos riquezas lentamente acumuladas: bellos paisajes que ya nunca volverán a serlo, bosques, arboledas, playas vírgenes, arquitecturas populares borradas a golpe de promociones especulativas que han inundado nuestros pueblos y ciudades. Imbuidos del consumismo, la cultura del dinero fácil y un concepto de modernidad insufriblemente hortera, hemos perdido sin inmutarnos ni darnos cuenta un inmenso y precioso capital:

... los ritmos y los pormenores de las tareas del campo, las artesanías de los materiales humildes, el mimbre, el barro, el esparto, la destreza para abrir acequias y controlar el curso del agua de riego, para hacer jabón con el aceite muy usado y cocinar a base de sobras platos muy nutritivos y sabrosos, para aprovecharlo todo y no tirar nada, todo el caudal de una cultura de la pobreza que no era de tosca resignación sino de una fertilidad inventiva urgida y limitada por la escasez pero del todo soberana en sus mejores logros, en hallazgos de belleza austera, de instintiva armonía, de una fuerza expresiva que se manifestaba igual en la forma de una herramienta pulimentada por el uso que en la de una casa blanqueada, o en las líneas de un huerto o en una canción popular, o en el talento para contar historias, para convertir en relatos la propia experiencia.


Todo aquello también fue sólido y sin embargo en poco tiempo se ha esfumado. Uno se pone a pensar si esos vientos favorables, si ese potencial cultural se hubiera conciliado cabalmente con el progreso tecnológico, cuántas facturas nos habríamos ahorrado, y sobre todo cuánto lo estaríamos disfrutando.


'Todo lo que era sólido' es un relato de las sombras de nuestro reciente pasado, pero también es una vindicación de sus luces y sus logros incontestables. De una democracia que con todos sus defectos, que son muchos, ha deparado unas cotas de libertad inimaginable en los postreros años de una dictadura tan larga y cruel como fue la que sufrimos. De un sistema sanitario ejemplar, gratuito y universal, al igual que el sistema educativo, y de la garantía de una vejez digna y asistida; de derechos equiparables a los de las naciones más avanzadas, y de cotas de seguridad inimaginables en tantos otros lugares del mundo.

Pero todo eso que hoy sigue pareciendo sólido puede desvanercerse mañana, poco a poco, sin apenas advertirlo, como un castillo de arena cuyos muros podemos socavar con leves arañazos hasta provocar que se derrumbe y convertirlo en un irreconocible montículo informe.

En nuestras manos está evitarlo, en la todos, tomando consciencia de lo que nos va en ello, procurando hacer bien nuestro trabajo, cada cuál el suyo; nos jugamos nada menos que el futuro, el nuestro y el de nuestros hijos.

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