En la historia de España los escándalos en las casas reales y sus aledaños políticos y familiares no han sido precisamente excepcionales. Entre los más sonados, sin duda, el pelotazo urbanístico del duque de Lerma, allá por 1601, cuando, como valido de Felipe III y con su aquiescencia, decidió trasladar la capital del reino a Valladolid, donde poseía terrenos y propiedades que por esta causa vieron su valor multiplicado; también, y no menos escandalosa, la participación de la reina regente María Cristina, la misma de la canción, en turbios negocios especulativos con la sal, los ferrocarriles y, se dice, también con la trata de esclavos, todo ello mano a mano con Narváez, el Espadón de Loja, siete veces presidente de diversos Consejos de Ministros de la época.
A estos vergonzosos antecedentes se añaden ahora las escandalosas andanzas del yerno de don Juan Carlos, para, prevaliéndose de su ascendiente familiar, amasar, presuntamente, una fortuna, distrayendo subvenciones y parabienes concedidos, por administraciones corruptas e incompetentes, a una fundación cultural y deportiva, nacida con fines benéficos y sociales.
Pero si la historia nos ofrece un momento marcado por la sospecha de gravísimos sucesos en los que la monarquía aparece involucrada, este es el reinado de Felipe II, al que tocó en suerte reinar durante la época de mayor esplendor hispánico, pero sobre el que también se cierne una lúgubre leyenda negra plagada de crímenes y escándalos, de la que su mayor exponente es la muerte de su propio hijo, el príncipe Carlos, en muy extrañas circunstancias; si no engaña la leyenda, asesinado precisamente por la mano de su padre.
De ese trágico momento se ocupa un breve fragmento de una novela en la que estoy trabajando; es la detención del príncipe don Carlos lo que se narra, en estos términos:
El rey decidió la detención del príncipe que, rodeada de la
mayor solemnidad, se llevaría a efecto al día siguiente. No quiso formular
cargos de asesinato; sería un escándalo demasiado difícil de manejar; la
condena no podía ser otra más que a muerte y en el proceso se vería obligado a
recurrir al tormento si el príncipe no delataba a sus cómplices. Hasta ese
punto no estaba dispuesto a llegar; no iba a hacer públicas las intenciones de
don Carlos, nadie debía conocer sus planes y la conspiración sería tapada como
un secreto de Estado; en cuanto al resto de implicados, aquellos que desde
Flandes y en España estaban dispuesto a secundarla, no resultaría difícil
ponerlos al descubierto; se investigarían los movimientos y la correspondencia
del príncipe, sus últimos contactos; la venganza del rey llegaría tarde o
temprano.
La detención la llevó a cabo el mismo rey asistido de
varios miembros de su Consejo de Estado, a los que se hizo prestar juramento de
guardar secreto en cuanto a los motivos porque se actuaba.
A las once de la noche, cuando todos dormían en el Alcázar,
el rey salió de su gabinete acompañado por sus más directos consejeros: el
duque de Feria, Luis de Quijada y el propio Ruy Gómez, Pedro Madrid y don Diego
de Acuña; todos armados. Con ellos iban dos ayudas de cámara portando hachones
encendidos y provistos de clavos y martillos con los que sellar puertas y
ventanas. Antonio y don Juan de Austria permanecieron en la antesala del
gabinete del rey, prestos a colaborar en las inmediatas resoluciones que habían
de adoptarse.
Dentro de su cámara el príncipe cenaba con don Juan de
Mendoza y el conde de Lerma, dos de sus incondicionales. Había que actuar con
prudencia; se sabía que don Carlos guardaba un arcabuz cargado en el armario.
La entrada fue por tanto sorpresiva y violenta. Pedro Madrid y Acuña reventaron
la puerta de un golpe y todos entraron en tropel ante los ojos incrédulos del
príncipe y sus invitados, que de súbito se vieron rodeados por media docena de
espadas amenazantes. El príncipe corrió a hacerse con un arma pero Acuña le
cortó el paso. Entonces estalló de ira y hubo de ser reducido por la fuerza y
ante los ojos impasibles de su padre.
= ¡Vos ponéis la mano sobre vuestro hijo! ¡Hasta aquí va a
llegar vuestra inhumana crueldad! –gritó el príncipe sujetado por ambos brazos.
= Vos no habéis sabido ser ni príncipe ni hijo; vos sois mi
desgracia y me avergüenzo de todos vuestros actos; aquí quedaréis retenido en
pago de vuestras culpas, y dad gracias porque os perdone la vida –le espetó
impertérrito el rey, que acto seguido se giró sobre sus talones y abandono solo
la estancia.
Apenas se marchó el rey la cámara de don Carlos se
convertiría en su cárcel; todos los que a esas horas ya dormían en el Alcázar,
se despertaron sobresaltados sin poder imaginar a qué obedecía aquél escándalo.
Esa misma noche se ordenó a los soldados de la guardia que
impidieran cualquier entrada o salida que no estuviera personalmente autorizada
por el rey.
En palacio la consternación fue indescriptible. Los llantos
de la reina doña Isabel sumieron la corte en una profunda amargura de la que
nadie podía sustraerse.
El rey, impasible en apariencia, ordenó que todo continuase
como si nada hubiera pasado.
Pero si éste era el sentir que se vivía en palacio,
extramuros la noticia corrió como la pólvora encendida, y al poco en cada plaza
madrileña o salón de la nobleza no se hablaba de otra cosa.
Interesante, fuentes ?
ResponderEliminarHola Radha, encantando de saludarte. Las fuentes en relación con los asuntos que trato son abundantísimas. Basta con que introduzcas los nombres de duque de Lerma o de Isabel II en cualquier buscador de Internet y encontrarás muchísimas referencias. (por ejemplo: http://es.wikipedia.org/wiki/Francisco_de_Sandoval_y_Rojas,_primer_duque_de_Lerma). En cuanto la leyenda negra que se cierne sobre Felipe II y su reinado, las fuentes también son distintas y variadas, aunque hay un referente, no precisamente histórico aunque sí celebremente conocido, como es el Don Carlos, una de las obras cumbres de Schiller, posteriormente llevado a la ópera por Verdi. En ambos casos ya te digo que no hablamos de fuentes históricas, sino de mito y leyenda, con no poca dosis de propaganda alentada por los enemigos de los Austrias, aunque basadas en el hecho cierto de las rivelidades que Felipe II mantuvo con su hijo, que ciertamente, y esto si es histórico, fue encarcelado por su padre y falleció en extrañas circunstancias. Un saludo muy cordial desde Melilla.
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