viernes, 16 de agosto de 2013

Los enamoramientos, de Javier Marías



Cada día, durante el desayuno, María Dolz coincide en la cafetería con un matrimonio que le llama poderosamente la atención. De buena posición y buen aspecto, María los idealiza como la pareja perfecta y como tales y desde una distancia casi furtiva cada mañana les observa y los admira.

Sin embargo, un buen día la pareja deja de asistir a su cita cotidiana en la cafetería, y María, poco después, descubre los motivos de la ausencia: Miguel Desvern, el hombre que cada mañana se sentaba a desayunar junto a su esposa, había muerto cruel y estúpidamente asesinado a manos de un marginado demente.

Este es el planteamiento con que Javier Marías nos propone un relato brillante y denso, en el que reflexiona en torno a muy diversos temas: la muerte sobrevenida cuando menos se la espera, el amor en sus distintas versiones y facetas, el engañoso juego de las apariencias. 

Creo que fue Capote quien sostuvo que el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que se puede hacer con las palabras. Desde mi personal visión yo añadiría que éste es también el mayor placer de la lectura. En Los enamoramientos las palabras suenan verdaderamente como música, y este es el mayor valor que, sin desmerecer la trama, yo quisiera resaltar de esta novela.

sábado, 3 de agosto de 2013

La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons



Puede que en la traducción una buena novela se deje parte de sus encantos, y este debe ser el caso de la versión que yo he leído de 'La hija de Robert Poste', de la que José C. Vales, su traductor, ya nos advierte, honestamente, en la nota que antecede al texto.

Y debe ser así porque la que, según reza en la contraportada del libro, "está considerada la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del siglo XX', lo cierto es que, a mi modo de ver, deja bastante que desear, o cuando menos frustra ostensiblemente las expectativas que tan generoso comentario despierta. Por lo visto, y aquí está la clave de la cuestión, la brillantez cómica de la novela radica en que la transcripción fonética del habla rural del sur de Inglaterra resulta desternillante para los ingleses, si bien pasa desapercibida por mayor empeño y talento que derroche el traductor. Por otro lado, la novela discurre muy apegada a las circunstancias literarias e intelectuales de su época, la segunda década del siglo XX, en la que sus, al parecer, constantes guiños y referencias, suscitan sensaciones que el lector actual no puede aprehender.

Salvado lo anterior he de decir que la novela se deja leer pero en modo alguno entusiasma. En resumidas cuentas, la autora nos narra los avatares de Flora Poste, una educada y moderna joven londinense, que al quedar huérfana se ve obligada a recurrir a sus parientes, lo que la acabará llevando a Cold Comfort Farm, una estrafalaria granja de la Inglaterra profunda, propiedad de los Starkadder, sus no menos estrafalarios habitantes.

Una vez en la granja, Flora Poste sentirá la necesidad de modificar las costumbres rurales de sus parientes, aplicándose al empeño hasta conseguirlo en apenas unos meses. En el relato de esa transmutación se entretiene la novela, divagando a veces en situaciones que resultan artificiosas e inconsistentes, y en las que la credibilidad de los personajes se resiente. Todo ocurre, como por ensalmo, conforme a los deseos y planes de la joven Poste, sin que ello obedezca a una línea argumental convincente, tal vez porque en la concepción de novela la intención de convencer ni siquiera se contemple.

En el haber del libro hay que reseñar el cuidado estilo literario, evocador de la narrativa de las Bronte, algo arcaico pero coherente con la época que nos presenta. Como curiosidad a señalar, la autora nos indica con asteriscos los fragmentos a los que atribuye un valor literario singular, en los que, añado yo, el trabajo del traductor también merece ser destacado.