jueves, 14 de junio de 2012

Rescate o no, cuestión de orgullo patrio

Ya lo dijo Merkel: cuestión de orgullo, de ese orgullo que tantas veces pierde a la derecha española. En el orgullo patrio ha basado Rajoy su estrategia con sus socios europeos. Y eso ha sentado mal fuera de España.
Y es que el orgullo, en el sentido más rancio y patético, ha sido y es una seña de identidad de esta derecha española. Lo fue durante la dictadura triunfal que hizo perder a España el tren del progreso, lo ha sido durante su oposición democrática y en el paréntesis del gobierno de Aznar, y lo sigue siendo durante los seis meses que ya lleva en el gobierno.
En una muestra de su prepotencia, desde la oposición nunca renunció a explotar el orgullo nacional, acusando sistemáticamente a los gobiernos de irrelevancia o debilidad, como si sólo ella pudiera garantizar los intereses de España.
Y cuando ha gobernado su obsesión ha sido llevar a España a donde según su mesiánica visión le corresponde. Tal fue la orgullosa razón para meternos en una guerra ilegal que los ciudadanos rechazaban: rescatar a España del rincón de la historia en que supuestamente se encontraba. Poco valía que hubiera vuelto a la realidad europea de la que nunca debió marginarse; de nada servía que desde que su progreso político, económico y social sorprendiera a propios y extraños. España estaba en el rincón de la historia y para reintegrarla a su estatus imperial nada mejor que hacer ojitos al jefe, convertirse en un leal subordinado y aprovechar la ocasión para cultivar la imagen, poniendo orgullosamente las patas sobre la mesa en un rancho de tejas.
Fue también el orgullo patrio el que nos llevó a la brillante gesta de Perejil, al alba y con viento recio de levante, cuando la altanería con que Aznar despachaba los asuntos de Marruecos propició paradogicamente, o no, como diría Rajoy, que el vecino del sur evaluara una posición española lo sificientemente débil como para acometer lo que hasta entonces no se había planteado.
Sin embargo, aquella ridícula reconquista se vendió como una orgullosa demostración de los galones que ostenta España, y así fue aplaudido por la parroquia incondicional de la derecha, a pesar de que a la postre  se perdiera la batalla estratégica y con ella el pleno dominio de aquella estúpida piedra.
Y ahora, cuando la crisis nos atenaza, el orgullo patrio vuelve a las andadas para demostrar que España sigue siendo diferente.
España no ha sido rescatada, se empeñan en repetir con la boca ancha y estrecha. Sólo recibe ayudas para paliar el desastre de la herencia socialista, responden a los cuatro vientos, ocultando que la quiebra es del modelo bancario que, en las orgías de Madrid y de Valencia, ellos mismos diseñaron y ensalzaron.
Tampoco ha habido presiones ni imposiciones, si acaso es Rajoy quien tuerce las voluntades; ni el prestamo engrosará el déficit, aunque lo asuma el estado.
Pero resulta que sí es rescate, que hubo presiones tajantes y que el crédito endurece el objetivo del déficit (lo que traerá más recortes). Y ese minuto de orgullosa gloria ha dado aires a una ceremonia de la confusión y a la lógica reacción de los socios europeos, que se curan en salud  endureciendo las condiciones de un préstamo todavía no cerrado.
A eso se llama irresponsabilidad, pero el orgullo de Rajoy prefiere la honra a los barcos. Cuestión de  absurda sobreestima patria, en el más patriotero sentido de la palabra, que añade problemas y pone a España en la diana de la mofa y de la crítica, y que nos sale muy cara.
Y para colmo Trillo, insigne depositario de las esencias de España, desde su retiro dorado se queda calladito ante el permanente cachondeo con que Londres se despacha cada día en Gibraltar, muy cerca de aquella agreste piedra de Perejil, a la que algunos llaman Leyla.

 

viernes, 8 de junio de 2012

Hollande abre paso a la esperanza


Nuevo post después de varios días de sequía o de silencio. Me lo sugiere la decisión de Francois Hollande de reducir dos años la edad de jubilación, hasta los 60, una medida que  resulta de lo más alentadora, no ya por su calado, pues limita sus efectos a trabajadores con amplios periodos cotizados, sino por ser contrapunto a la mareante cantinela con que aturde la derecha.

Siempre he pensado que lo más grave de la crisis, mucho más que los recortes, es el mensaje que a su paso está calando: el mensaje interesado y bien cifrado de que nada volverá a ser como antes. La crisis, sostiene el conservadurismo gobernante, nos enseña las costuras de una quimera imposible. Y añaden convencidos que tras la crisis muchas conquistas sociales deberán haberse evaporado; porque son inasumibles, dicen con gesto serio y labios apretados, impagables, ilusos errores de cáculo.

También pienso que el error de buena parte de la izquierda es doblegarse y asumir sin oposición este mensaje. No critico los dolorosos recortes a que las circunstancias han obligado, pero sí la asunción de que son definitivos, indiscutibles, irrevocables. En demasiadas ocasiones se ha claudicado con sumisión ante el discurso de la derecha. No se ha querido ver la crisis como un paréntesis tras el cuál retomaremos los avances. Se ha caído en la trampa de quienes buscan desmantelar un modelo que detestan porque les obliga a compartir sus beneficios: el que contempla la solidaridad y el bienestar social como un valor superior y una fuente de riqueza.

Escucho en España a la izquierda oponerse a las medidas del gobierno; sin embargo no encuentro determinación en la respuesta. No se trata de llamar a rrebato ante cada recorte del sistema; la derecha ganó las elecciones y va a hacer su política así nos pese. Se trata de afirmar que la izquierda lo hará de otra manera; de abrir paso a la esperanza. Quiero escuchar a la izquierda asumir compromisos concretos, retos claros y precisos; incorporar a la oferta una promesa de cambio de estrategia y de objetivos; y antes que nada la promesa de restituir cuantos derechos se vean disminuidos.  

En el marasmo conservador que nos envuelve, Hollande alumbra otra dinámica y al hacerlo ilumina la esperanza. La crisis no tiene porqué barrer todo a su paso; no necesariamente. Restablecer un derecho antes negado pone en práctica el discurso que debiera habrirse paso: que la Europa social no se rinde a la exigente ambición de los mercados, que a esta altura de los tiempos crecimiento y derechos no se excluyen ni repelen.

Con la fuerza de la evidencia la receta del crecimiento parece abrirse paso, pero la izquierda no debe ni puede confiarse; crecimiento no es sólo producir y vender más, el cremiento también se debe referir a los derechos, a la mejora de las condiciones de vida de la gente. No se trata de crecer a costa de salarios de subsistencia y ciudadanos sin derechos; se trata de progresar, de añadir valor al bienestar, de repartir con justicia la riqueza.

En mitad de la tormenta alguien ha dicho basta, no es verdad, nos están engañando. Es lo que encierra la apuesta de Hollande. El futuro no tiene porqué ser más cicatero que el pasado, se puede seguir avanzando.