jueves, 29 de mayo de 2014

Sobre las mafias de la inmigración



Como persona acostumbrada al estrado, la discusión y la dialéctica, Alicia hablaba deprisa y con soltura. Manteniendo los brazos cruzados, su mano derecha gesticulaba ágilmente acompañando y marcando inflexiones o enfatizando cada palabra.
Me ha llamado la atención la valentía con que se ha referido a las “mafias de la emigración” y otros términos por el estilo —comentó consciente de que ese tema sería del interés de Marta—. Decía que a la propaganda oficial le viene bien criminalizar todo aquello que no puede controlar, y que algunas veces lo que se pretende no es más que confundir a la gente. En su opinión, ante la inhibición de los estados a la hora de encauzar el problema, las rutas de la emigración en ocasiones constituyen auténticos corredores humanitarios a través de los que miles de personas escapan de unas condiciones de necesidad, sufrimiento u opresión inimaginables para la mentalidad occidental. Sostenía que los estados occidentales criminalizan a estas organizaciones al mismo tiempo que confraternizan y mantienen relaciones diplomáticas y comerciales con países cuyos gobiernos son peores que cualquier mafia.
Son ideas que a todos nos rondan y que plantean profundos problemas morales y de conciencia —reconoció Marta.
Sí, pero sin ningún efecto práctico —continuó animada la Montalvo, que pasó a exponer sus propios pensamientos—; y cuando se toman medidas a veces es peor. Cuando un tirano se nos hace absolutamente insoportable le montamos una guerra, pero no pensamos en la gente inocente que se ve envuelta y sufre nuestra decisión. Nuestra mayor preocupación es que no vengan a molestarnos, a contaminar nuestro acomodado modo de vida occidental. Por eso llamamos criminales a las organizaciones que canalizan la inmigración hacia Europa; no porque cobren dinero a cambio de un viaje suicida, eso sinceramente creo que no es lo que nos preocupa; es falso e hipócrita humanitarismo. Las llamamos mafias criminales porque nos hacen daño donde más duele, plantándonos el problema delante de nuestras narices, en la puerta de nuestras casas.
Alicia era vehemente y directa al exponer sus convicciones, y a veces dramatizaba en exceso. Marta, no obstante, la escuchaba atentamente y apreciaba el fondo de razón que latía en algunas de sus consideraciones. Sin embargo, el problema era muy complejo e indudablemente planteaba cuestiones muy diversas. ¿Cómo no juzgar como criminal a quienes cada año embarcaban a centenares de personas cargadas de ilusión que, sin embargo, acababan su aventura arrojados sin vida en la arena de una playa?
¿Has asistido alguna vez al levantamiento del cadáver de un bebé encontrado en una playa?
Sí lo he visto Marta, y es una experiencia impresionante e imborrable.
¿Y no piensas que detrás hay responsables?

Claro que lo pienso, pero ¿hasta dónde alcanzan las responsabilidades? ¿Quiénes son los responsables? ¿Nos quedamos en el patrón del bote que no quiso acercarse a la orilla de la playa? ¿O tal vez lo sea el intermediario que cobró el precio del pasaje; o quien se llevó la mayor parte del dinero? ¿O fue, quizá, el policía marroquí, comprado, que hizo la vista gorda en la playa? Y podríamos seguir tirando de la cuerda. Pero yo me pregunto también ¿Y si nuestras leyes sobre inmigración, las europeas, no fueran tan restrictivas? ¿Y si nuestras leyes aduaneras, en vez de impedirlo, facilitaran la importación de productos desde los países de donde vienen esos pobres desgraciados? ¿Y si Europa se comprometiera de verdad en la ayuda al tercer mundo? Tal vez hacerlo nos supondría algunos inconvenientes, o tal vez no. Pero seguramente no estaríamos recogiendo cada año centenares de cadáveres de nuestras playas.

De mi novela Una Luz más allá del horizonte. 

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