domingo, 24 de febrero de 2013

A propósito de la Conferencia Política del PSOE

Para quien no me conozca he de decir que pertenezco al Partido Socialista desde hace muchos años, y continúo perteneciendo más por afinidad con los ideales que representa que por una completa coincidencia con sus prácticas de partido y de gobierno. Soy por tanto un militante del partido, pero no un legionario dispuesto a vitorearlo ciegamente.

Hace unos días participé en una reunión en la que se nos informaba sobre la Conferencia Política que el partido piensa celebrar, creo que en el próximo mes de octubre o de noviembre, con el objetivo de plasmar un proyecto de cara a los próximos años, con especial atención a los graves problemas que la sociedad española está atravesando.

En principio parece que la iniciativa resulta irreprochable. No obstante yo intervine para objetar si, en la situación política en que nos encontramos, celebrar esa conferencia resultaba lo más conveniente. Fue una intervención improvisada, apenas meditada y sugerida al hilo de las explicaciones que se nos estaban dando; sin embargo, desde entonces varios compañeros me han expresado su acuerdo, lo que me anima a exponer y compartir estas reflexiones.

Objetaba yo que convocar una conferencia de esas características podía poner en evidencia que el partido carecía de ideas y soluciones adecuadas a los problemas que tanto preocupan a los ciudadanos, y añadía que si algo caracterizaba la compleja y dolorosa situación que atravesamos, es que la ciudadanía está lanzando mensajes muy claros y exigiendo medidas muy sensatas, a las que el partido no estaba respondiendo con la necesaria convicción.

A título de ejemplo me refería a la regulación de la dación en pago, una figura de justicia elemental que rige en otros muchos países sin plantear graves problemas, ante la que, sin embargo, el partido, al margen de haberla considerado inviable cuando estaba en el gobierno, ahora se ha limitado a formular una fallida propuesta de acuerdo que, aun habiéndose alcanzado, en realidad a nadie contentaba.

La dación en pago es hoy,  siempre debió serlo, una exigencia social a la que un partido socialista no debiera dar tantas vueltas. Adoptarla comportará sus riesgos, pero mantener la actual situación significa perpetuar una injusticia sangrante a la que la ciudadanía, al margen de ideologías, está exigiendo, a gritos, poner de una vez punto final.

Para tomar una posición política al respecto, al igual que sobre la necesaria modificación de los desahucios, no hace falta una conferencia política, hace falta simplemente convicción y decisión para incluirlas con claridad en un proyecto y un discurso alternativo.

Lo mismo podría decirse respecto de el problema de organización territorial que España tiene planteado. Sin entrar a considerar, por resultar estéril en estos momentos, las causas y las responsabilidades de quienes las tienen, lo cierto es que el Estado debe afrontar un sentimiento independentista que no puede ser ignorado, pero que también debe ser conciliado con la conciencia de unidad nacional que subyace en la inmensa mayoría de los españoles. Ante ese conflicto pienso que el modelo federal puede servir para conciliar ambos sentimientos. Creo que el partido acierta al plantear de este modo la solución al problema. Pero para convertir esa propuesta en una realidad política no es necesaria ninguna conferencia, porque la respuesta federal es ampliamente compartida en el seno del partido. Para que el modelo federal se convierta en una alternativa que ofrecer a la ciudadanía lo que es necesario es una acción política: negociar y plasmar un acuerdo claro entre el PSOE y el Partido Socialista de Cataluña, y después explicar muy bien en qué consiste.

A mi modo de ver los partidos deben liderar la salida a los problemas, esa es su virtud y su utilidad; ser capaces de interpretar el sentir de la ciudadanía y ofrecer una alternativa coherente con sus propios planteamientos ideológicos. ¿Dónde esta aquí el problema? ¿Es necesario organizar una conferencia para formular una alternativa federal que el partido lleva en sus genes?

Otro de los grandes retos que explican la oportunidad de la conferencia es el diseño de un modelo económico alternativo al que están imponiendo los mercados. Este objetivo parece bastante más complejo y pretencioso, y sin embargo para mí no debería serlo tanto si atendemos, insisto, a los mensajes que con toda claridad la ciudadanía está emitiendo.

Los ciudadanos están marcando el camino, como no podía ser menos, y está muy claro lo que quieren. Quieren hospitales y escuelas públicas y de calidad; quieren una justicia eficaz; quieren acceder a la cultura en condiciones asequibles para todos; quieren igualdad de oportunidades; quieren que el Estado ampare la vejez y la dependencia; quieren que se incentive la investigación; que se preserve el medio ambiente. Si en realidad están gritando lo que hace unos meses era nuestro eslogan de campaña y lo que congreso tras congreso recogemos en nuestras ponencias. ¿Cual es entonces el problema? A mi modo de ver aquí subyace un problema de credibilidad. Los sucesivos gobiernos socialistas han hecho mucho por el progreso de España, pero también han renunciado demasiadas veces a aplicar el modelo socialista al que los ciudadanos han dado persistentemente un voto de confianza mayoritario.

Un modelo económico alternativo al que imponen los mercados hace mucho que está inventado. No hay que ir a buscarlo a ninguna conferencia política. Se llama socialdemocracia y en esencia es bastante sencillo. Requiere pagar altos impuestos, todos pero más quienes más tienen; y un sector público fuerte y bien gestionado, en manos de gestores profesionales y no de compañeros de partido; y aprovechar las economías de escala, porque no hay ninguna razón económica que avale que gestionar cinco hospitales sea menos eficiente que gestionar uno solo. La socialdemocracia no es ninguna quimera, es un modelo que está funcionando y que allí donde funciona proporciona las mayores cotas de prosperidad: Finlandia, Noruega, Suecia, Dinamarca.

Esta es la propuesta con que el Partido Socialista irrumpió tras las primeras elecciones democráticas. La propuesta de un modelo de sociedad avanzada, con servicios públicos al alcance de todos. Un modelo que prometía justicia social y garantizaba el futuro de las generaciones, el progreso en definitiva. Por eso los ciudadanos le daban masivamente su confianza. Lo que ocurre es que el liberalismo es una tentación a la que resulta fácil sucumbir, y a la que se ha sucumbido demasiadas veces. Y así se llegó a la conclusión de que bajar impuestos también era progresista, un discurso populista que en un momento dado puede arrancar aplausos, pero que ignoraba que se encomendaba la financiación pública a una burbuja inmobiliaria que tarde o temprano habría de explotar, y con ella la sostenibilidad de un sistema de protección social que tanto esfuerzo había costado.

Creo que el debate que ahora necesita hacer el partido es el de si retoma o no las ideas que lo definen, que, repito, son las mismas que la gente reclama con indignación en todas las plazas de España. Pero para hacer este debate tal vez no resulte necesaria ninguna conferencia política. Lo que sí resulta necesario es que haya en el partido y en sus congresos, que para eso están, gente dispuesta a plantearlo.












sábado, 23 de febrero de 2013

Excursión por la novela de espionaje


La rampante y tantas veces deprimente actualidad política española, abre diarios y noticiarios con el descubrimiento de una insólita y cada vez confusa trama de espionaje que, sin dejar de poner al desnudo las vergüenzas de unos cuantos, bien pudiera proporcionar los mimbres de un excitante thriller tan del gusto de los amantes del género.

Y es que las tramas sobre espionaje han servido de pretexto y argumento para que grandes escritores demostraran su talento. La enigmática ambivalencia del espía, leal y traidor a según qué propósito o bandera, su eventual implicación en altas cuestiones de política o estado, y su vivencia al filo de la navaja, siempre a riesgo de ser fatalmente descubierto, proporcionan valiosos condimentos sobre los que urdir la intriga novelesca que tanto seduce al lector.



Ello no obstante, y aunque espías y traidores existen desde que el mundo es mundo, la novela de espionaje es un género relativamente moderno.

Si nos fiamos de las crónicas literarias, uno de sus precursores resulta ser el magnífico Rudyard Kipling, el mismo autor de El libro de la selva, y de aquel poema excelso e imprescindible, If ( o , en español), acaso uno de los textos más brillantes de la poesía moderna. En 1901 Kipling publica Kim, para algunos la primera novela de espionaje, aunque también una novela de aventuras ambientada en la rivalidad entre el imperio británico y la Rusia Zarista.

Muy alejada todavía de los cánones de la novela de espías que todos tenemos en mente, merece una mención especial, por la popularidad de sus versiones cinematográficas, La pimpinela escarlata, escrita en 1905 por la Baronesa de Orczy, sobre las peripecias de un atildado aristócrata inglés que, valiéndose de una doble identidad, dedica los ratos libres a combatir el Reinado del Terror que impusieron los revolucionarios franceses.

Entre los más conocidos antecedentes es también obligado citar a Sherlok Holmes, personaje creado por Sir Arthur Conan Doyle, que a sus famosas aventuras detestivescas añade algunas incursiones en el espionaje patriótico. Es el caso de Aventura del tratado naval y Aventura de los planos de Bruce-Partington, en las que Holmes protege secretos británicos de vital importancia de espías extranjeros, o Su última reverencia, en la que el tan excéntrico como brillante detective se convierte en un agente doble dedicado a suministrar información falsa a los alemanes, en los prolegómenos de la primera Gran Guerra.

Un retrato alejado del enaltecimiento patriótico que a veces acompaña al espionaje, lo encontramos en El agente secreto, de Joseph Conrad, que nos presenta una realidad no exenta de miserias y trágicas consecuencias, más acorde con los parámetros de lo que, aunque abarcando un espectro más amplio, se ha venido a llamar novela negra.

Tras un extenso interludio de sequía, en lo que a novela de espionaje se refiere, la  Segunda Guerra Mundial va servir de pretexto para que antiguos agentes de inteligencia tomen la pluma y se dispongan a relatar noveladamente sus experiencias. Es el caso del prolífico Somerset Maugham,  de Compton Mackenzie y de Eric Ambler. También cabe destacar en esta época a la escocesa Helen Maclnnes, cuyas intrincadas tramas ambientadas en los acontecimientos históricos le reportaron un enorme éxito.

No obstante, si ha habido un periodo en el que el espionaje literario han encontrado una rica e inagotable fuente de inspiración, este ha sido sin duda la Guerra Fría y la soterrada pugna que se libró entre las potencias de oriente y occidente. En sus truculentos avatares se gestaron las novelas de Graham Greene, al que debemos algunos clásicos del género: El americano impasible, ubicada en Saigón durante la contienda franco-indochina, Un caso inacabado, sobre el Congo Belga, o El factor humano, ambientada en el descubrimiento de filtraciones en el servicio secreto británico, así como una de sus más populares novelas, Nuestro hombre en La Habana, que narra en tono de comedia las andanzas de un espía británico en la Cuba precastrista.

A lo largo de las décadas de los 50 y los 60 ven la luz las afamadas novelas y relatos de James Bond, personaje creado por Ian Fleming, que nos aporta un peculiar arquetipo de espía internacional, en el que la sofisticación y el atractivo seductor conviven sin aparente contradicción con una sorprendentemente acrítica condición de criminal de estado, provisto de “licencia para matar”.

Rasgos bien distintos a los de 007 presentan los personajes turbios y complejos de John le Carré, en cuyas novelas la moralidad del espionaje y sus métodos y fines se ven sometidos a un ácido juicio crítico del que no sale muy bien parado. El espía que surgió del frío,  El topo La chica del tambor son sólo algunos de los exponentes más conocidos y brillantes de la prolífica obra del autor.

La década de los 70 es una época en la que la producción de thrillers políticos vive un gran apogeo, y a la ola de interés del público por el género se suben autores que alcanzan notable éxito. Son los casos de Frederick Forsyth, que publica El día del chacal, en el que se recrea un hipotético atentado contra de Gaulle, y Ken Follet, que saca a la luz El ojo de la aguja, un retorno a la Segunda Guerra Mundial, sobre un frío espía alemán que accede a un información de capital importancia. A éstos autores cabe añadir otros menos conocidos como Donald Hamilton y sobre todo Robert Ludlum, autor de La herencia escarlata, para algunos el inventor del thriller de espías moderno, y creador del que para algunos señala al prototipo de espía del siglo XXI, el superagente Jason Bourne.

Con la caída del Telón de Acero el género de espías parece alejarse de las preferencias del gran público, aunque mantiene un nutrido sector de incondicionales que sacian su afición de la mano de autores consagrados como Nelson DeMille, W.E.B. Griffin y David Morrell.

Es un momento en el que las grandes editoriales parecen olvidarse del género, no obstante lo cual surgen algunas novedades dignas de destacar, como las que encarnan Joseph Finder, Gayle Lynds y Daniel Silva, periodista de la CNN que se convirtió en escritor tras el éxito en 1997 de The Unlikely Spy, publicada en España con el título Juego de espejos.

A tratarse de un género tan apegado a los avatares de la política, ya sea nacional como internacional, y a los potenciales peligros que amenazan la paz mundial, los acontecimientos de terrorismo precursores y subsiguientes al 11S, y la irrupción brutal de las nuevas tecnologías, con su poderoso atractivo y su propia parcela de actividad criminal, abren nuevas perspectivas a un género que siempre ha sabido adaptarse a las cambiantes circunstancias.

Ello no obstante, aun cuando no faltan sugerentes propuestas como El afgano, de Forsyth, que trata la infiltración de un agente en al-Qaida, lo cierto es que hoy por hoy cuesta encontrar referencias tan incontrovertibles y solventes como las de los grandes clásicos que generó el pasado siglo.

En cuanto a la novela de espionaje español, su evolución ha venido también marcada por el devenir de nuestra historia, en el que el largo periodo de la dictadura no resultaba el más propicio para un género en el que siempre subyace una crónica política y de crítica social que el franquismo se ocupó de silenciar.

También resulta curiosa la escasa atención que entre nuestro autores ha despertado el terrorismo de ETA, tal vez el de mayor alcance en toda la orbe europea, que sin embargo y con la excepción de Lobo, un topo en las entrañas de ETA, de Manuel Cerdán, la novela de espionaje española apenas ha querido retratar.

Aun así, en los últimos años parece que se atisba un despertar del género, del que recoge una buena muestra este interesantísimo blog que os acompaño.

En fin, no están todos pero todos los que están son importantes. Unas cuantas propuestas para disfrutar leyendo.

Y si os gustan las novelas de intriga, aquí os dejo una última sugerencia, con mis mejores deseos.

miércoles, 13 de febrero de 2013

Las mafias de la emigración


Casi todos los días, muy temprano, me cruzo con subsaharianos que se dirigen a la comisaría de policía. Andan deprisa, animados, como quien acude a una cita de la que espera buenas noticias. Es curioso porque se dirigen a cumplimentar los trámites de su expulsión, y ellos lo saben, igual que ejecutarla será un proceso largo y complicado, y en muchos casos imposible de cumplir.
En cualquier caso, y esto también explica la ilusión que se refleja en sus caras, su situación es incomparablemente mejor que la que padecían hace solo unos días en Marruecos, pasando miedo, hambre y necesidad; o unos meses atrás en Malí, Liberia, Zaire o Senegal, donde el hambre, la guerra y un futuro inexistente les decidió a emprender una penosa y peligrosa aventura, que ahora sospechan, esperanzados, que tal vez encuentre un buen final.



Son los mismos jóvenes de los que sólo unos días antes se hacían eco las noticias. Por tierra o por mar, a bordo de una balsa de juguete, saltando la valla o arremetiendo con furia los pasos de la frontera, al final logran entrar. ¿Quién podría pararlos?, han cruzado miles de kilómetros escapando del infierno, ¿alguien puede imaginar que no van a dar el último paso? 

Las organizaciones humanitarias que les prestan apoyo nos cuentan lo que sienten cuando logran alcanzar este lado, el nuestro: “la sensación de pisar Europa es indescriptible, es como volver a nacer”, nos dicen estos jóvenes con los ojos muy abiertos.



También casi todos los días escucho a las autoridades hablar de ellos. El discurso es monocorde, de manual, expuesto como un mantra, ya cansino, que describe el barniz del problema y ni siquiera se plantea la sustancia. Son las mafias, nos dicen, las que por sus criminales intereses empujan a estos hombres y mujeres.
Pero al hablar de mafias, ¿a quién se están refiriendo?

A la propaganda oficial se le da bien criminalizar todo aquello que no puede controlar, por eso se apresuran a llamar mafias a quienes ponen en evidencia sus propias verguenzas y su más que acreditada incompetencia. Pero no nos confundamos y andemos alerta, la propaganda, por definición, lo que pretende no es más que confundir al personal; mostrarnos aquello que se quiere que veamos, probablemente para tapar lo que hay detrás.

¿Quién crea el caldo de cultivo y establece cuantas condiciones conducen a que esta cruel emigración sea lo que es? ¿Dónde se acaban o dónde empiezan las mafias?, ¿a quiénes verdaderamente beneficia un estado de cosas que se nos pretende hacer pasar por lógico y normal? 

En su libro El negocio de la xenofobia Claire Rodier profundiza con rigor y aporta claves y datos sobre los que reflexionar. 

El control de la inmigración ilegal se ha convertido en un lucrativo negocio que genera millonarios beneficios a todo un entramado de empresas para las que la persistencia de estos flujos migratorios constituye el presupuesto ineludible de su actividad. 



La visión reaccionaria que presenta al inmigrante como una amenaza a nuestra cómoda existencia, no es sólo un planteamiento que se nutre de la xenofobia, es también la base sobre la que se sustentan fabulosos negocios que encuentran en la impermeabilización de las fronteras su única razón de ser.



Son las auténticas beneficiarias del drama, pero a estas no se refieren nuestras autoridades cuando nos habla de las mafias, con estas firman contratos y se reúnen a comer.


El anteproyecto de las cuentas para el próximo año también destina una partida de 25 millones para las repatriaciones de inmigrantes. El ministro Fernández Díaz mete la tijera en gastos corrientes y Personal.

El Ministerio del Interior ha asignado para el año que viene tres millones de euros al mantenimiento del perímetro de seguridad de las ciudades de Melilla y Ceuta con Marruecos. Esta partida podría llegar a ampliarse un millón más, según explicó ayer en el Congreso de los Diputados el secretario de Estado de Seguridad, Ignacio Ulloa. (El Faro de Melilla, 10 de octubre de 2012)