domingo, 29 de diciembre de 2013

La verdad sobre el caso Harry Quebert, de Joël Dicker



Se trata, probablemente, del fenómeno editorial del momento, y estoy dispuesto a reconocer con entusiasmo que lo es por sus propios méritos. La verdad sobre el caso Harry Quebert es una de esas novelas que acompañará a sus lectores para siempre, posiblemente porque, como suele suceder con los grandes libros, encierra una historia interesante y escrita magistralmente.
Corre el año 2008 y Marcus Goldman, un joven escritor que ha publicado una novela que lo ha llevado a tocar el éxito, sufre el síndrome de la página en blanco y se ve incapaz de cumplir sus compromisos con la editorial que lo ha encumbrado. En busca de inspiración decide trasladarse a Aurora, un pequeño pueblo de la costa este donde, en una casa de ensueño junto a la playa, rodeado de gaviotas y perfectamente integrado en la comunidad local, vive su antiguo profesor y ahora amigo y mentor Harry Quebert, autor de Los orígenes del mal, uno de los iconos literarios de los últimos tiempos.
En su corta estancia en Aurora, Marcus no encontrará inspiración con la que llenar los folios que su editor neoyorquino le reclama, pero sí restablecerá sus relaciones con Harry, el mismo que a los pocos días será acusado de asesinato, al descubrirse, enterrado en el jardín de su casa, el cuerpo de Nola Kellergan, una preciosa adolescente desaparecida en extrañas circunstancias más de treinta años atrás, con la que, y esta es la primera sorpresa de las muchas que depara la novela, Harry Quebert, entonces un joven y apenas conocido escritor empeñado en alumbrar una novela, venía manteniendo un secreto romance de verano.
A partir de entonces Marcus regresa a Aurora y se empeñará en demostrar la inocencia de su amigo Harry, iniciando una investigación que le llevará a desvelar una serie de antiguos secretos, a cada cuál más sorprendente e inesperado.
En sus casi setecientas páginas, la novela desarrolla una trama extraordinariamente compleja, narrada, sin embargo, con una sencillez y cercanía que, sin renunciar, en ocasiones, a interesantes incursiones literarias, proporcionan una lectura amena que atrapa desde la primera página al lector.
Como extra, el autor regala, al inicio de cada capítulo, un sugestivo consejo sobre cómo escribir una novela de éxito. Treinta y una recomendaciones que merecen por sí mismas un comentario que tengo intención de recoger en este blog.
Pueden creerme si les digo que no llevo comisión, igual que, dadas las fechas en que estamos, me atrevo a recomendaros La verdad sobre el caso Harry Quebert, como un excelente obsequio que regalar o regalarse.   

sábado, 7 de diciembre de 2013

De Madrid al cielo



De Madrid al cielo, dice el dicho castellano, y añade a continuación: y desde el cielo un agujero desde el que poder ver Madrid. Así de orgullosos han visto siempre a Madrid los madrileños, y así la hemos visto también nosotros, foráneos de esa ciudad excitante y emblemática que siempre hemos sentido un poco nuestra. Una ciudad que, sin embargo, de cara al exterior no atraviesa, parece ser, su mejor momento. Mientras España bate records de visitas de turistas, Madrid los pierde a mansalva. A pesar de su historia, de sus esplendidos parques e inigualables museos, de sus teatros y cines (es verdad que cada vez menos), de su envidiable oferta de bares y restaurantes, de sus comercios, del Real Madrid, el Atlético y el Rayo Vallecano; a pesar de todo eso, es un hecho que la ciudad pierde su encanto y, por alguna razón, los datos cantan, ya no interesa.

Podéis decir a gritos que es la capital de Europa, decía del Madrid de la movida la letra de un conocido tema de Los Refrescos, allá por los años 80. Menos playa, Madrid lo tenía todo, igual que ahora. La diferencia es que entonces la frase expresaba una idea que el imaginario colectivo podía asumir sin problemas. Se respiraba en el ambiente que, liberado de la losa gris del franquismo, Madrid volvía a ocupar el lugar que por su personalidad e infinitos atractivos le corresponde, el de una de las más atractivas capitales del planeta, que llamaba la atención y la curiosidad de medio mundo. La movida promovida por el ayuntamiento regaló a Madrid una impronta de vanguardia cultural que atravesó las fronteras. 

Pero a muchos madrileños aquello no les acababa de convencer. No les parecía serio que el futuro de Madrid se diseñara por quienes patrocinaban la marcha y el jaleo. Incapaces, en su miopía, de comprender que aquello fuera la expresión de las tendencias culturales del momento: en la música, el cine, la pintura, las universidades, las letras, decidieron que era mejor encomendar el futuro de Madrid a quienes creyeron más afines a sus ideas e intereses. Así le dieron el poder del ayuntamiento a la derecha de siempre, dispuesta, como siempre, a poner orden a tanto desenfreno y, como diría Rajoy en uno de sus alardes de transparencia, a hacer las cosas como Dios manda, es decir, a hacer las cosas bien hechas. Y así se hicieron y así vino lo que habría de venir: al cierre de locales emblemáticos sobrevinieron el de las salas de cine y los teatros, después llegó el afán por las obras sin cortapisas del déficit, el tamayazo y la inefable Esperanza Aguirre, con su secuela de vergonzosos pelotazos sin complejos, Gallardón, tan de derechas como ya sabíamos y ahora comprobamos, y como cenit y compendio paradigmático, el esperpéntico relaxing cup de Ana Botella.

Bajo los gobiernos de la derecha, el ayuntamiento de Madrid no ha sabido o, probablemente, no ha querido promover una cultura propia que expresara el enorme potencial de dinamismo y creatividad que atesoran los madrileños. La derecha nunca se ha fiado de la cultura, quizá porque la cultura no se deja controlar y ellos, tan liberales como se proclaman, no soportan que algo pueda escapar a su control. Así las cosas, Madrid no ha forjado una identidad cultural, y se ha convertido en una ciudad adocenada que no tiene nada verdaderamente propio y distinto que ofrecer.

Y aquí estamos, veinte años más tarde, rememorando y reeditando grandes temas de los 80, perplejos porque Madrid, una ciudad fascinante, ha perdido su sitio y su carisma, y al parecer no interesa.  


jueves, 5 de diciembre de 2013

Otra forma de publicar

Entre reseña y reseña, hoy quiero hablaros de un recurso para escritores que descubrí hace unos meses y que  me ha parecido interesante compartir. Tal vez lo conozcáis, se trata de entreescritores, una plataforma de autopublicación distinta de otras opciones bien conocidas como Amazon, Bubok, Lulú y demás, más bien orientadas al propósito de venta. Entreescritores se autodefine como una red social donde los escritores pueden ser publicados con el apoyo de los lectores, y consiste, básicamente, en una plataforma a la que los autores pueden subir sus libros para ofrecerlo gratuitamente a los lectores. A los lectores, por su parte, se les da la posibilidad de expresar opiniones y valoraciones, en función de las cuáles la web crea un ranking de acepciación de cada obra. Se supone que alcanzar las mejores posiciones de ese ranking incrementa las posibilidades de que alguna de las editoriales que colaboran en el proyecto se interesen en la publicación. 
Más allá de las expectativas de lograr la ansiada publicación que ronda a todo escritor, a mi modo de ver, el interés del sitio reside en proporcionar la oportunidad de que la obra sea leída y comentada por un público interesado por los libros y los nuevos modelos de difusión. Cualquiera que escriba alcanzará a comprender lo importante que es llevar su obra más alla del círculo próximo y necesariamente reducido de amigos o familiares, lo que no resulta fácil. Entreescritores brinda esa oportunidad, con el valor añadido de reunir lectores con un perfil peculiar, dispuestos a sondear más allá de lo que las editoriales se deciden a publicar.
En un momento en que hay tanta gente escribiendo y, en contraste, son tan pocas las oportunidades que ofrece el modelo editorial convencional, saturado y conmocionado por la tecnología digital, propuestas como entreescritores abren la puerta a nuevas fórmulas de publicación más democráticas, que conviene observar con atención.
El acceso a la plataforma es gratuito para el lector, aunque no para el autor, que deberá abonar 9,9 euros por la publicación de su obra, un precio razonable que no parece que vaya a echar a nadie atrás. Por lo demás, el manejo de las herramientas del sistema es bien sencillo y accesible a cualquier usuario medio de Internet.
Os animo, por tanto, a que visitéis el sítio y, si sois autores, considereís el recurso que se ofrece. Es una opción que da resupuesta a una necesidad que sentimos muchos escritores: hacer ver lo que escribimos y pulsar la opinión de los lectores. 
También os dejo el enlace en el que podéis acceder al manuscrito que acabo de publicar. 
 
 
 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

Trópico de cáncer, de Henri Miller



Trópico de cáncer no es, desde luego, un libro al uso; resulta difícil clasificarlo. No parece estrictamente una novela, tampoco exactamente un diario, más bien un manifiesto personal irreverente y desgarrado. Es como un cuadro pintado a trazos de diferentes grosores; un torrente de expresión, en ocasiones desordenada, delirante, la digresión existencial elevada a la categoría literaria, a veces obsceno, otras delicado, erudito, profundo en sus disquisiciones, un reto y una provocación, sin duda: "ningún hombre ha sido bastante loco como para meter una bomba por el ojo del culo a la creación y hacerla saltar por los aires", nos dice Miller, y a continuación se entrega a ser el primero en intentarlo.
Pero la trama poco a poco aparece, al principio entreverada en imágenes difusas, de hastío y de liberación al tiempo, de rebelde, desdeñosa y procaz contestación a las normas y los principios.
No es una trama hilada, ni responde a un esquema de planteamiento, nudo y desenlace. El texto se compone de vivencias que se suceden en un ambiente promiscuo, irreverente, a veces esperpéntico, de hoteles de mala muerte, prostitutas, purgaciones y amistades superficiales y delirantes.
En las calles y plazas de París, sin un céntimo, pensando sobre todo en la comida y en el sexo, así vive, o mejor dicho sobrevive Henri Miller, Joe para sus amigos, un descreído y egocéntrico escritor americano, compartiendo vida y existencia con un extraordinario elenco de personajes extremos. 
El icono del París más bohemio, pero también más depravado y deprimente, es el que late en las páginas de una novela que recuerda la picaresca y la narrativa suburbana, que mantiene la frescura a pesar de los años, y que no deja indiferente.


martes, 29 de octubre de 2013

Los conquistadores, de André Malraux


 Los conquistadores nos traslada a los prolegómenos de la revolución china, en las primeras décadas del pasado siglo, cuando estalla la rebelión nacionalista frente a las dominación colonial británica y francesa.

La novela se organiza como un diario personal en el que el narrador va anotando los sucesos que se van precipitando: la huelga general en Cantón y posteriormente en Hong Kong, la reacción desconcertada e impotente de las potencias europeas, las acciones del terrorismo anarquista y el comienzo de las primeras escaramuzas armadas.

En un entorno de incertidumbre y violencia, un agente a sueldo de Moscú contacta con Garín, responsable de propaganda que la Internacional comunista ha destacado en la zona, con el que se adentra en el complejo escenario de la revolución en ciernes.

Trufada de excelentes pasajes literarios, Los conquistadores combina la intriga novelesca con profundas reflexiones políticas y filosóficas. Como epílogo, la edición que ha caído en mis manos incluye una conferencia de Malraux dictada dos décadas después de que escribiese la novela. En su discurso, el intelectual francés reprocha la inhibición de Europa en la conformación del orden internacional fraguado en aquel momento, monopolizado por los Estados Unidos y la Rusia soviética.

Leída con la perspectiva que nos da el tiempo, Los conquistadores se revela como una excelente novela histórica, con el interés añadido de ser coetánea al momento en que acontecieron los hechos.

jueves, 24 de octubre de 2013

Sinopsis de una novela



Para quien le pueda interesar, os presento la sinopsis de la última novela que acabo de revisar. Está registrada con el título “Ego te absolvo”, pero no es definitivo; también podría titularse “Probati”, “Monseñor Candell”, “Los papeles del otro concilio” o inlcuso algún otro que a veces me ronda.

Como podréis comprobar, la imagen que he elegido para ilustrar el post tiene poco que ver con la novela; es sólo un recurso visual.

Me interesan mucho vuestras opiniones.

LA TRAMA:

Manuel Calera, ex sacerdote, brillante profesor universitario, felizmente casado y padre de dos hijas, es asesinado a tiros en el aropuerto de Isabela (ciudad imaginaria), a su regreso de un viaje a Bérgamo.

De la investigación del caso se hace cargo el inspector Álvaro Garzón, quien descubre que la víctima es un destacado dirigente de Probati, una organización católica que propugna la eliminación del celibato obligatorio y pretende su revisión en un próximo concilio.

El crimen presenta una circunstancia singular: el asesino roba el maletín que portaba la víctima, desentendiéndose de todo lo demás.

Monseñor Candell, obispo de la diócesis, tras sospechar quién puede ser el asesino logra desenmascararlo mediante una estratagema que lo pone en evidencia.

El asesino es el padre Javier, amigo y compañero de la víctima desde los tiempos del seminario, que una vez puesto al descubierto desvela las claves del crimen: una conspiración fanática y la envidia y los celos acumulados durante años.

LA TEMÁTICA:

En paralelo a la trama policíaca, la novela aborda la institución del celibato católico y la pugna soterrada entre partidarios y detractores que se estaría librando en el seno de la Iglesia.

A lo largo de la narración se intercalan ficción y acontecimientos con base real, como los referidos al establecimiento y la evolución histórica del celibato, desde su implantación en el Concilio de Elvira , a principios del siglo IV, hasta el tratamiento que se le dispensó durante el Vaticano II.

La idea de la novela surge de la lectura de un artículo aparecido en el diario El País del día 9 de septiembre de 2011, bajo el título “Concilio traicionado, concilio perdido”, en el que se refieren las maniobras que, según el teólogo Giovanni Franzoni, llevó a cabo Pablo VI durante el concilio Vaticano II, para impedir los avances que propugnaba su antecesor Juan XIII, convocante del concilio.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2011/09/09/actualidad/1315519212_850215.html

LOS PRINCIPALES PERSONAJES:

Manuel Calera: La trama gira en torno a su asesinato, su trayectoria  y las actividades que venía desarrollando. Es un tipo brillante, eficaz, trabajador, persuasivo, que se ha echado a sus espaldas la dirección de Probati. 

Isabel Lloret: Joven y guapa esposa y después viuda de Manuel Calera. Interviene en la dramatización de distintos momentos de la trama, y a la postre se revela como un personaje crucial, pues la actuación del asesino guarda una estrecha relación con el deseo que siempre ha sentido por ella.

Álvaro Garzón: Es el inspector jefe de la brigada de homicidios. Un policía honesto y con experiencia que recela de las apariencias.  No responde al estereotipo del detective que está de vuelta de todos los desengaños; tampoco es violento ni corrupto, es un tipo nomal que quiere hacer bien su trabajo. Inicia y lleva el peso de la investigación aunque no va a ser él quien resuelva el caso. 

Marta Lloret: Es la ayudante del inspector Garzón. Bella, inteligente, trabajadora y suspicaz, colabora en la investigación. 

El padre Javier Garrido: De mediana edad, atento y servicial en apariencia, despierto, es un fiscal eclesiástico. Amigo de Manuel Calera desde los tiempos del seminario, y a la postre su asesino movido por el fanatismo y las envidias.

Monseñor Carlos Candell: Obispo de la Diócesis. Un tipo grandullón, socarrón y campechano. Coincidió con Javier y Manuel siendo el director del seminario en el que ambos se formaron. Sentía debilidad por Manuel, de quien acabó convirtiéndose en mentor. Tiende una trampa al asesino y descubre las auténticas motivaciones del crimen.

Valentín Romero: Decano de la Facultad de Historia, refiere el entorno universitario de Manuel Calera, de quien es amigo y estrecho colaborador.

Raúl Montero: Periodista y redactor del programa radiofónico Enfoques. Sugiere por primera vez que el asesinato de Manuel pudiera guardar relación con sus actividades en Probati.

Rafael Santos: Dirigente de Probati que se ofrece colaborar en la investigación. Informa a los inspectores de las actividades y fines de la organización,  e ilustra de la evolución histórica del celibato en la Iglesia.

Piluca Santacruz: Amante ocasional del inspector Garzón, y una de sus más eficaces colaboradoras en determinados asuntos delicados.  Indagando en su pasado, descubre una antigua relación amorosa entre Isabel y Javier.

INTERÉS EDITORIAL:

Se trata de una novela que se pretende entretenida y de lectura ágil y amena, cuyo atractivo se puede ver favorecido por las circunstancias de aparente apertura que se atisban en la Iglesia católica tras la elección del Papa Francisco, una de cuyas manifestaciones es, precisamente, la revitalización del debate sobre la revisión del celibato.

viernes, 16 de agosto de 2013

Los enamoramientos, de Javier Marías



Cada día, durante el desayuno, María Dolz coincide en la cafetería con un matrimonio que le llama poderosamente la atención. De buena posición y buen aspecto, María los idealiza como la pareja perfecta y como tales y desde una distancia casi furtiva cada mañana les observa y los admira.

Sin embargo, un buen día la pareja deja de asistir a su cita cotidiana en la cafetería, y María, poco después, descubre los motivos de la ausencia: Miguel Desvern, el hombre que cada mañana se sentaba a desayunar junto a su esposa, había muerto cruel y estúpidamente asesinado a manos de un marginado demente.

Este es el planteamiento con que Javier Marías nos propone un relato brillante y denso, en el que reflexiona en torno a muy diversos temas: la muerte sobrevenida cuando menos se la espera, el amor en sus distintas versiones y facetas, el engañoso juego de las apariencias. 

Creo que fue Capote quien sostuvo que el mayor placer de la escritura no es el tema que se trate, sino la música que se puede hacer con las palabras. Desde mi personal visión yo añadiría que éste es también el mayor placer de la lectura. En Los enamoramientos las palabras suenan verdaderamente como música, y este es el mayor valor que, sin desmerecer la trama, yo quisiera resaltar de esta novela.

sábado, 3 de agosto de 2013

La hija de Robert Poste, de Stella Gibbons



Puede que en la traducción una buena novela se deje parte de sus encantos, y este debe ser el caso de la versión que yo he leído de 'La hija de Robert Poste', de la que José C. Vales, su traductor, ya nos advierte, honestamente, en la nota que antecede al texto.

Y debe ser así porque la que, según reza en la contraportada del libro, "está considerada la novela cómica más perfecta de la literatura inglesa del siglo XX', lo cierto es que, a mi modo de ver, deja bastante que desear, o cuando menos frustra ostensiblemente las expectativas que tan generoso comentario despierta. Por lo visto, y aquí está la clave de la cuestión, la brillantez cómica de la novela radica en que la transcripción fonética del habla rural del sur de Inglaterra resulta desternillante para los ingleses, si bien pasa desapercibida por mayor empeño y talento que derroche el traductor. Por otro lado, la novela discurre muy apegada a las circunstancias literarias e intelectuales de su época, la segunda década del siglo XX, en la que sus, al parecer, constantes guiños y referencias, suscitan sensaciones que el lector actual no puede aprehender.

Salvado lo anterior he de decir que la novela se deja leer pero en modo alguno entusiasma. En resumidas cuentas, la autora nos narra los avatares de Flora Poste, una educada y moderna joven londinense, que al quedar huérfana se ve obligada a recurrir a sus parientes, lo que la acabará llevando a Cold Comfort Farm, una estrafalaria granja de la Inglaterra profunda, propiedad de los Starkadder, sus no menos estrafalarios habitantes.

Una vez en la granja, Flora Poste sentirá la necesidad de modificar las costumbres rurales de sus parientes, aplicándose al empeño hasta conseguirlo en apenas unos meses. En el relato de esa transmutación se entretiene la novela, divagando a veces en situaciones que resultan artificiosas e inconsistentes, y en las que la credibilidad de los personajes se resiente. Todo ocurre, como por ensalmo, conforme a los deseos y planes de la joven Poste, sin que ello obedezca a una línea argumental convincente, tal vez porque en la concepción de novela la intención de convencer ni siquiera se contemple.

En el haber del libro hay que reseñar el cuidado estilo literario, evocador de la narrativa de las Bronte, algo arcaico pero coherente con la época que nos presenta. Como curiosidad a señalar, la autora nos indica con asteriscos los fragmentos a los que atribuye un valor literario singular, en los que, añado yo, el trabajo del traductor también merece ser destacado.


viernes, 19 de julio de 2013

Un hombre en la oscuridad, de Paul Auster


En tiempos en que la fama y el éxito de ventas no garantizan la grandeza literaria, hay autores en cuyas referencias se puede confiar, doy fe, a sabiendas de que no soy nada original, P. Auster es uno de ellos.

Esta vez es 'Un hombre en la oscuridad' el libro que quiero recomendar, y digo libro porque no estoy muy seguro de que se trate de una novela, al menos en el sentido en que acostumbramos emplear el término. Más bien Auster nos presente una amalgama de relatos magistralmente ensamblados y acoplados a un hilo conductor; una excursión al proceso en el que presumiblemente se fraguan sus historias.

La novela, llamemoslá así, arranca en el inquietante escenario de una guerra civil que se libra en los Estados Unidos de América. Tras las polémicas elecciones en las que Bush se impuso a Gore los acontecimientos no se sucedieron del modo en que todos conocemos; algo quebró el equilibrio en apariencia imperturbable de la democracia americana, para desembocar en un conflicto que dividió a los Estados Unidos en dos fuerzas ferozmente enfrentadas. Pero ese marco y ese escenario no es sino una realidad paralela en la que, convertido en soldado, despierta Owen Brik, un anónimo ciudadano que vive en la Ámérica real, al que se le encarga una delicada y delirante misión: asesinar al artífice de esa guerra, el viejo escritor que la imagina en sus noches de insomnio, el mismo que al hacerlo la convierte en realidad.

Pero la novela no se agota en la hipótesis de una alucinante historia alternativa; la narración intercala el plano de la guerra imaginada con los recuerdos y las vivencias más íntimas del escritor y su familia, hasta que en un momento dado es el plano existencial el que acapara por completo la atención, sumergiendo al lector en una sucesión de relatos y anécdotas que en su conjunto constituyen un escalofriante y emociando alegato contra todas las guerras habidas.

sábado, 6 de julio de 2013

Historia del rey transparente, de Rosa Montero



Entre la novela de aventuras y el relato fantástico discurre "Historia del rey transparente', una lectura que hace unos años comencé y no terminé por alguna razón que ahora no puedo comprender, pero que en esta ocasión me ha parecido más que entretenida, interesante, y en la que Rosa Montero nos regala lo mejor de su incontestable talento.

Podría ser un novela caballeresca de las que sorbió los sesos del Quijote, e incluso en momentos su lectura nos evoca las propias andanzas del sin par caballero. 

Sin embargo en 'Historia del rey transparente' el heroísmo y las venturas y desventuras la protagoniza una mujer cabal, Leola, una joven campesina que para enfrentar un mundo dominado por los temibles hombres de hierro, decide convertirse en uno de ellos y lanzarse a los caminos, primero en busca de sus padres y de su amado Jacques, arrebatados por la guerra interminable que invade la Francia medieval en los albores del milenio, y en seguida en pos de sí misma, una vez descubre que armada de una espada, a lomos de su bridón y oculta su condición bajo la armadura y el yelmo, se ha convertido un ser que puede enfrentarse en igualdad a los hombres y en muchos casos vencerlos, sobre todo tras aprender a leer y alumbrar el conocimiento.

La novela transpira un sesgo feminista en el que las mujeres ejercen un protagonismo que sin convertirlas en antagonistas de los personajes masculinos, por lo general las colocan en un plano superior de sabiduría, valentía y sensatez.  

Acompañada de su fiel escudera Nyneve, una sagaz y decidida curandera y medio bruja, Leola participará en justas y torneos, conocerá princesas de cuento y el deslumbramiento de la vida cortesana, se convertirá después en un soldado de fortuna, y más tarde se verá inmersa en los acontecimientos que desencadenaron la exterminadora represión que sufrieron los cátaros de la mano de la sempiterna intransigencia.

En el camino buscará el amor y descubrirá y saciará los apetitos del sexo, también conocerá el amargo sabor de la traición, la proximidad de la derrota, y el agobiante aliento de la persecución.

La novela transita por escenarios y sucesos históricos que la autora moldea y utiliza en beneficio del relato, construyendo de este modo un texto ucrónico cuidadosamente documentado, aderezado, además, con sutiles referencias a la fantasía y a la magia tan consustanciales al medievo.

En definitiva, una excelente novela, que por supuesto recomiendo.

jueves, 13 de junio de 2013

'Indignados' en Taskin?





En El País digital del día 12 de junio, bajo una fotografía que reproduce un paisaje dantesco de llamas y encapuchados, el titular de la noticia informa que "Los indignados toman Taskin tras ser dealojados por la policía". El lenguaje bélico que utiliza el periodista probablemente sea descriptivo del clima de revuelta social que se está viviendo en Turquía, sin embargo, la alusión a los "indignados" como protagonistas de la noticia no me parece adecuada y resulta cuando menos sorprendente.
Hasta ahora la violencia no ha sido una seña de identidad de quienes tomaban las plazas para expresar con determinación su descontento; la violencia, cuando ha existido, no ha sido más que la desviación de  un movimiento que había encontrado en la protesta pacífica uno de sus más sólidos fundamentos. Los indignados eran y son hombres y mujeres corrientes, empleados, profesores, amas de casa, venerables ancianos y jóvenes trabajadores y estudiantes cuya fuerza radica, precisamente, en una suerte de superioridad moral frente a instituciones caducas y culpables. En España era una democracia desvirtuada por la corrupción y la inoperancia la que sucumbía frente a la frescura de las asambleas callejeras que ponían al descubierto las vergüenzas del sistema. Equiparar a esos indignados con sujetos encapuchados que reaccionan violentamente distorsiona gravemente el concepto.
INDIGNAOS!, clamaba José Luis San Pedro en su prólogo al celebre 'Indignaos!' de Stéphane Hessel, pero añadía a continuación: "sin violencia".
Entre nosotros la indignación sigue latente acumulando argumentos a golpe de políticas absurdas y un sufrimiento cada vez más extenso que reclama soluciones que no llegan. Pero ni el debate en las plazas ni el ingenio en las proclamas a la postre resuelven los problemas. Participar o no en la política real es también una de las claves del debate; la desconfianza es comprensible pero agotado el ímpetu de la asamblea ciudadana no existe otro camino que el de la participación democrática.
Eso debieron pensar quienes desde el municipio de Torrelodones demuestran que otra forma de hacer política es posible; para mí ellos también son indignados que han tomado el camino de asumir responsabilidades; debieran servir de ejemplo para que otros sigan sus pasos y trasladen también su indignación desde las calles y las plazas al seno de los partidos y los órganos de decisión de las instituciones; pero por favor, que no los confundan con los encapuchados de la plaza de Taskin, no se trata de establecer comparaciones, simplemente son otra cosa.




sábado, 8 de junio de 2013

La misma ciudad, de Luisgé Martín. (Reseña)

El 11 de septiembre de 2001, Brandon Moy, un lustroso abogado con despacho en la planta noventa y seis de la Torre Norte del World Trade Center, llegó tardé al trabajo; eso le salvó la vida pero también le proporcionó la ocasión de cambiarla para siempre.

'La misma ciudad' es una novela corta que que te atrapa desde la primera línea. En sus páginas Luisgé Martín (Madrid, 1962) profundiza en el corazón de la crisis existencial en la que en plena madurez sucumben tantos hombres, cuando comprueban que cada día vivido es una copia idéntica del anterior, y que los proyectos y ambiciones de juventud no fueron más que una quimera, pues la realidad los devuelve convertidos en una confortable pero insulsa sucesión monocorde de sucesos previsibles, pasiones domesticadas y frustraciones más o menos consentidas.

Con una prosa impecable y sin concesiones al engolamiento poético con que a veces se adornan los relatos, el autor nos regala una narración en estado puro, aquella que se concentra en las descripciones y reduce los diálogos a lo estrictamente necesario para apostillar la voz del narrador y no a la inversa. 

En la combinación de argumento y estilo literario, 'La misma ciudad' se ubica en el equilibrio para provocar el placer de la lectura en sus dos principales dimensiones: el deleite en un lenguaje culto y sofisticado sin dejar de ser cercano, y el interés por una historia original y sugestiva en la que es fácil sentise identificado. Una historia que habla de sentimientos que de algún modo todos compartimos: del miedo a cambiar, de las segundas oportunidades, del amor y del afecto, que tantas veces se confunden, de los deseos ocultos y de la libertad del hombre, que nace plena y poco a poco se debloga a la insulsa imposición de los compromisos, las convenciones y la inercia de lo cotidiano.

'La misma ciudad' es un libro denso y profundo que interroga sobre aspectos existenciales, pero es también un libro ameno que nos traslada a diversas circunstancias y escenarios, desde Boston a Bogotá y después en una carrera frenética y temeraria hasta Hermosillo en el norte de México; desde allí a Madrid para retornar a Nueva York donde culmina un proceloso y vehemente viaje de ida y vuelta.

Transmutado en Albert Fergus, un arquetipo de la libertad idealizada, Brandon Moy experimentará todo aquello que un día anheló y dio por perdido, la eufórica sensación de renacer cada día sin el peso ni las ataduras del pasado, la seducción y el sexo sin compromiso, las drogas, la velocidad suicida, el sentido de la solidaridad y el inesperado éxito literario. Pero Moy no podrá eludir el desengaño ni el amor a los seres más queridos, para a la postre descubrir que la felicidad reside en otro lado.





martes, 4 de junio de 2013

Dudas de un escritor rechazado

Después de esperar dos meses hoy he recibido la respuesta; la misma que me esperaba, la agente editorial, esa chica tan amable con la que he hablado un par de veces, me comunica que la agencia rechaza mi novela. Con tacto profesional y no exento de delicadeza me dice que la novela es correcta y que el desarrollo narrativo es bueno, aunque la corrección no es suficiente y al parecer le falta algo: singularidad y atractivo son las palabras que emplea.

Las cartas de rechazo constituyen todo un género, no me atrevería a llamarle literario, pero sí desde luego digno de ser estudiado. Un género que responde a unas reglas definidas de antemano aunque siempre supeditadas al talento de quien las redacta; el comienzo ha de ser la excusa por el retraso, porque no hay agente puntual en responder a una propuesta; con eso ya te vas haciendo el cuerpo y adivinas lo que viene, porque es fácil entender que si tu propuesta hubiera interesado no habrían tardado tanto en contestarte. El tono ha de ser cortés y educado, entre aséptico, lastimoso y solidario, y señalar siempre algún aspecto positivo que deje abierta una puerta a la esperanza del autor, al que por supuesto se deseará suerte en la empresa. Debe ser duro redactarlas a poca sensibilidad que se tenga. Aunque es verdad que hay que asumir que decir no forma parte del trabajo; no es personal, lo sabemos.

El escritor rechazado, por su parte, sabe que es un trance habitual y no debe desanimarse. En realidad, durante la tediosa espera uno intuye e interioriza que va a ser rechazado; la sorpresa sería lo contrario. Tampoco faltan argumentos para consolarse: el momento editorial que es malo (a él también alude amablemente la agente) y sobre todo que no son pocas las celebridades que antes de triunfar fueron reiteradamente rechazados por  agentes y editoriales que no supieron valorar lo que tenían en sus manos. No digo que este sea el caso, pero la duda siempre cabe y con mayor o menor fundamento a esa duda siempre podemos aferrarnos.

Porque es la duda lo que envuelve permanentemente al escritor; dudas que se acrecientan cuando te dicen que no van a apostar por tu novela. En realidad no te extrañas, porque eres tú quien mejor conoce o cuando menos intuye sus defectos y limitaciones, y cuando alguien los señala en realidad no hace otra cosa que confirmar lo que tú sabes.

Una vez hablé con una escritora de éxito y le conté que a veces sentía que lo que escribía valía la pena y otras veces que en realidad era muy malo; ella me contestó que sentía lo mismo, lo que en cierto modo puede servir de consuelo. La diferencia es que ella escribe, publica y es admirada por miles de lectores.

En todo caso tras el rechazo la sensación de frustración resulta inevitable. Una sensación que, no obstante, poco a poco se irá disipando porque estamos biológicamente diseñados para superar adversidades, y algún resorte interior en poco tiempo nos ilusionará con que el éxito, o el reconocimiento cuando menos, nos está esperando detrás de alguna puerta o al abrir algún correo que ni siquiera esperábamos.



domingo, 2 de junio de 2013

'Todo lo que era sólido', de Antonio Muñoz Molina (Reseña)


"No está el mañana ni el ayer escrito. El fatalismo de que nada podrá arreglarse es tan infundado como el optimismo de que las cosas buenas, porque parecen sólidas, vayan necesariamente a durar"

'Todo lo que era sólido' es ante todo una crónica de las veleidades y excesos que nos han traído al abismo en que nos encontramos; pero es también un relato ameno, sugestivo y magistralmente escrito. 

En tiempos de crisis es de agradecer un discurso regenaricionista en el sentido clásico; aquél que se hace presente para constatar las razones de los fracasos colectivos: el que ahora comprobamos y sufrimos a diario en nuestras carnes. 

A través de una mirada inteligente y reflexiva 'Todo lo que era sólido' nos explica porqué en realidad nada lo era, señalando causas y culpables a veces evidentes y otras no tanto: la cultura del pelotazo, administraciones mastodónticas y artificiales, políticos adevenedizos más preocupados por medrar y perpetuarse en los cargos que por el servicio público, la corrupción como un cáncer, el clientelismo y la traición a los principios para abrazar el boato de las moquetas y los coches oficiales. 

Pocos ámbitos escapan de las culpas: políticos, banqueros, financieros, expertos, ciudadanos, periodistas. De todo eso nos habla Muñoz Molina con la misma clara evidencia con que todo ha sucedido a nuestros ojos, hace muy pocos años en un país que ya no es éste. 'Todo lo que era sólido' es un viaje a un pasado en el que abrumados por la ofertas de áticos, adosados, viajes exóticos y automóviles de alta gama, sentimos la osadía de creernos protagonistas de un milagro ilusorio que ahora comprobamos que era tan frágil como un castillo de naipes levantado  al albur del capricho, la codicia y los delirios irresponsables de unos y de otros, sostenido por burbujas de ladrillos insufladas de unos créditos que nos creimos baratos.

El libro rezuma pesimismo a lo largo de sus páginas, y también un irónico desencanto sustentado en una prolija recopilación de datos que son como pinceladas con las que el autor pinta el espejismo que dejamos a nuestras espaldas. Porque aquello fue un espejismo, un engaño, y es por ello que constatar su fracaso abre también un resquicio a la esperanza.

No fueron tan buenos tiempos aquellos en que nos creímos ricos e importantes, cuando de la mano de la construcción descontrolada de inútiles autopistas, aeropuertos fantasma, rotondas, campos de golf y aberrantes urbanizaciones de viviendas adosadas, dilapidábamos riquezas lentamente acumuladas: bellos paisajes que ya nunca volverán a serlo, bosques, arboledas, playas vírgenes, arquitecturas populares borradas a golpe de promociones especulativas que han inundado nuestros pueblos y ciudades. Imbuidos del consumismo, la cultura del dinero fácil y un concepto de modernidad insufriblemente hortera, hemos perdido sin inmutarnos ni darnos cuenta un inmenso y precioso capital:

... los ritmos y los pormenores de las tareas del campo, las artesanías de los materiales humildes, el mimbre, el barro, el esparto, la destreza para abrir acequias y controlar el curso del agua de riego, para hacer jabón con el aceite muy usado y cocinar a base de sobras platos muy nutritivos y sabrosos, para aprovecharlo todo y no tirar nada, todo el caudal de una cultura de la pobreza que no era de tosca resignación sino de una fertilidad inventiva urgida y limitada por la escasez pero del todo soberana en sus mejores logros, en hallazgos de belleza austera, de instintiva armonía, de una fuerza expresiva que se manifestaba igual en la forma de una herramienta pulimentada por el uso que en la de una casa blanqueada, o en las líneas de un huerto o en una canción popular, o en el talento para contar historias, para convertir en relatos la propia experiencia.


Todo aquello también fue sólido y sin embargo en poco tiempo se ha esfumado. Uno se pone a pensar si esos vientos favorables, si ese potencial cultural se hubiera conciliado cabalmente con el progreso tecnológico, cuántas facturas nos habríamos ahorrado, y sobre todo cuánto lo estaríamos disfrutando.


'Todo lo que era sólido' es un relato de las sombras de nuestro reciente pasado, pero también es una vindicación de sus luces y sus logros incontestables. De una democracia que con todos sus defectos, que son muchos, ha deparado unas cotas de libertad inimaginable en los postreros años de una dictadura tan larga y cruel como fue la que sufrimos. De un sistema sanitario ejemplar, gratuito y universal, al igual que el sistema educativo, y de la garantía de una vejez digna y asistida; de derechos equiparables a los de las naciones más avanzadas, y de cotas de seguridad inimaginables en tantos otros lugares del mundo.

Pero todo eso que hoy sigue pareciendo sólido puede desvanercerse mañana, poco a poco, sin apenas advertirlo, como un castillo de arena cuyos muros podemos socavar con leves arañazos hasta provocar que se derrumbe y convertirlo en un irreconocible montículo informe.

En nuestras manos está evitarlo, en la todos, tomando consciencia de lo que nos va en ello, procurando hacer bien nuestro trabajo, cada cuál el suyo; nos jugamos nada menos que el futuro, el nuestro y el de nuestros hijos.

jueves, 23 de mayo de 2013

"Habitaciones cerradas", de Care Santos


¿Qué sentiríamos al sospechar que un antepasado nuestro cometió un crimen perfecto? En ese trance se encontrará Violeta Lax, una de las protagonistas de esta novela de Care Santos (Mataró, Barcelona, 1970), que en realidad encierra dos historias que confluyen en una sola que se desarrolla durante décadas; en definitiva una novela de saga, la saga de los Lax Brusés, una estirpe de industriales catalanes cuyo imperio acabará en manos de un brillante y libertino pintor de éxito, imbuido en el hedonismo burgués de los alegres años veinte; al otro lado la llegada de su nieta a Barcelona, más de medio siglo después, cuando la mansión que fue de sus abuelos está a punto de convertirse en un museo. 

En medio una sucesión de relatos a veces en apariencia inconexos, van conformando poco a poco, como un puzzle, la historia de un amor que se convierte en tragedia. En el trasfondo los condicionamientos de la época, la irracionalidad de unos celos acaso injustificados, y la soberbia de quien no pudo soportarlos.

Los personajes centrales son Amadeo y Violeta, unidos por la sangre pero separados por décadas de distancia y por concepciones del mundo completamente diferentes. Con ellos conviven otros muchos personajes principales, arquetipos del pasado y del presente: la matriarca melómana y sofisticada, mujer de ideas avanzadas aunque sometida a los dictados de su tiempo, la nodriza que acabará asumiendo las insustituibles responsabilidades maternales, la dama de alta sociedad, bella y por todos envidiada, que consiente como un deber la infidelidad de un esposo egocéntrico, el amante platónico que se ganará inútilmente el corazón de su amada, los sirvientes que se acomodan a un submundo servil con la conciencia de sentirse privilegiados; también la madre moderna, como es la de Violeta, divorciada, liberada, sin complejos ni cuentas pendientes, el eterno buscador de segundas oportunidades, que es su padre, y la hija despierta e inteligente que en la madurez empieza a conocerse.

En el marco de una trama muy bien documentada, el ritmo de la narración es atrayente y el estilo de la autora, elegante y fluido, logra recrear momentos y atmósferas que se alternan y complementan para dar unidad y coherencia a la novela, desgranando paulatinamente las claves de una historia en la que el encaje de cada pieza prepara el de la siguiente. 

Resulta original el diálogo epistolar a través de los correos electrónicos que Violeta se cruza con su madre, en una dinámica narrativa que cumple perfectamente su función, convirtiendo a la protagonista en narradora de los episodios actuales, mientras que el resto del relato es confiado a un narrador omnisciente.

Sorprendentes las descripciones de los cuadros, que se hacen vívidos en la imaginación del lector, y brillante el recurso con que se finaliza la novela, rebobinando la historia en un viaje fantasmal hacia el pasado.

En suma una novela interesante y muy recomendable.


sábado, 18 de mayo de 2013

Estilo o argumento, ¿qué hace grande a una novela?


Más de una vez me he preguntado qué es lo que realmente hace que un libro sea bueno: si el estilo del autor o el interés de la historia que se cuenta. Alguien dirá que habrá de reunir ambas cualidades: combinar una escritura atrayente con una historia que impacte y nos resulte sugerente. Esta es la respuesta más fácil y precisamente por eso no acaba de convencerme. 

Pienso que cualquier historia puede armar una novela, si se acierta en el modo de contarla. No está de más que el argumento trate una historia fascinante, pero no creo que resulte necesario. En literatura ante todo lo que prima es el lenguaje como forma de expresión por excelencia; de expresión del sentimiento. La historia que se cuenta, el argumento, puede no ser más que la excusa u ocasión en la que el autor puede apoyarse. La primacía de la expresión sobre el fondo está presente en todas las manifestaciones del arte. En la pintura, a menudo, el tema de la obra resulta intrascendente y puramente accesorio. El rostro de un ser anónimo, un paisaje o un conjunto de naturalezas muertas bastan para expresar las condiciones de un genio.

En literatura las cosas no son muy diferentes. Grandes novelas narran historias sencillas escritas con talento extraordinario. En Niebla, a partir del una sencilla historia de amor no correspondido, Unamuno reflexiona sobre la existencia y constuye un hito literario; y en Sunset Park, a Paul Auster le basta una historia gris para describir, eso sí magistralmente, el mundo en que vivimos y sus paradójicas controversias.

Sin embargo, con excepciones, hoy el mercado reclama historias que enganchen, se dice, y la pobreza de la metáfora ya es bastante ilustrativa de por dónde nos movemos. Es la cultura del best seller, el libro grueso, documentado, evocador de historias que interesen a un público mejor cuanto más amplio. Quedan en segundo plano los valores literarios, que comercialmente incluso se pueden convertir en una rémora; no vaya a ser que se indigeste el lector poco avezado a degustarlo.

miércoles, 1 de mayo de 2013

El comienzo de todo lo que habría de venir


III

Después de que me echaran del colegio sin haber logrado acabar el bachillerato me dediqué durante algún tiempo a ayudar a mi padre en los asuntos del despacho, más que nada atendiendo a la puerta y dando citas, y llevando y trayendo documentos unas veces al correo y otras veces al juzgado. Pero en el bufete de mi padre tampoco es que hubiera mucho que hacer, por lo que aquella ocupación no me ofrecía perspectivas de futuro y mi padre pensó que había llegado el momento de buscarme un verdadero trabajo. Estaba a punto de cumplir los diecinueve años y esa era la edad apropiada para encauzar de algún modo el porvenir de cualquier joven que no pensara o pudiera continuar con los estudios. Como se suponía que mi familia debía mantener el lustre de una cierta posición, tampoco parecía apropiado que yo aceptara un trabajo que para aquella mentalidad se pudiera considerar indecoroso, por lo que se descartaron algunas ofertas de empleos manuales y algún otro que se me ofreció como dependiente de comercio, y decidieron mis padres, y he de reconocer que yo no lo vi con malos ojos, buscarme algún puesto en el ayuntamiento o algún recoveco ministerial, reductos donde era frecuente que terminaran por acomodarse muchos vástagos de las buenas familias madrileñas.
Se dispuso otra vez mi padre a mover sus influencias, pero no eran aquellos momentos los más propicios para tales manejos, ni sus relaciones las que tuvo años atrás, cuando se movía como pez en el agua en los entresijos del mercado de prebendas.
El país atravesaba un periodo de enorme incertidumbre y Madrid no era ajena a aquel ambiente  de inquieto desasosiego que se respitaba en el ambiente, y que auspiciaba que algo grave y trascendente estaba a punto de pasar. Había fracasado la dictadura, en la que mi padre y otros muchos habían puesto tantas esperanzas en que acabaría por reconducir un país que tras lo de Cuba y Filipinas estaba comenzando a conocerse a sí mismo, y a asumir la podredumbre que por siglos lo venía corroyendo. Pero tras una década de vacas gordas en la que la prosperidad y el optimismo convivieron mano a mano con un clima de mayor seguridad, el año 1929 frustró todas las esperanzas. Una profunda crisis económica se extendió por Europa provocando el hundimiento de las bolsas y la pérdida del valor de las acciones, con el consiguiente cierre de multitud de empresas que dejaban a riadas de obreros en la calle.
Aunque estas circunstancias no eran estrictamente achacables a la política del gobierno, de todo ello se responsabilizó a la dictadura de Primo de Rivera, que logró concitar las críticas más virulentas desde los frentes más diversos.
Unamuno y Ortega, a la cabeza de otros muchos intelectuales, levantaron su voz contra un gobierno que no había sabido ni querido luchar contra la desigualdad y la pobreza, ni evitar el caciquismo en los pueblos, ni el amiguismo y la corrupción en las ciudades, vicio ancestral éste último del que el propósito que ahora tenía mi padre de buscarme una colocación en el ayuntamiento o algún ministerio, todo hay que decirlo, era una clara evidencia.
Pero no sólo a Primo de Rivera le llovieron críticas desde la intelectualidad y la izquierda, también desde la burguesía catalana, que en los inicios de la dictadura tanto había aplaudido su mano dura contra la delicuencia y las huelgas, e incluso desde algunos sectores militares, por no hablar del mismo rey, que se quiso sumar a la corriente de descontento que recorría el país de parte a parte.
Primo de Rivera, sólo y desanimado, dimitió y se marchó a París donde moriría al cabo de unos meses.
Alfonso XIII puso al frente del gobierno al jefe de su Casa Militar, el general Berenguer, entre cuyos vergonzantes méritos destacaban algunos turbios manejos relacionados con los sucesos de Annual, ocurridos apenas nueve años antes.
Berenguer asumió la jefatura del gobierno prometiendo elecciones generales, pero pasado el tiempo no se decidía a convocarlas y continuaba gobernando a fuerza de decreto. Su indecisión le supuso un rechazo generalizado que por lógica consecuencia se extendió a quien le habia nombrado, el rey, cada vez más aisalado políticamente.
La monarquía declinaba y emergía un nuevo régimen que estaba en boca de todos: la república.
Antiguos renombrados monárquicos ahora se proclamaban convencidos republicanos y despotricaban del rey y de la monarquía achacándole ser la causa de todos lo males de España. Ante los recelos y temores que un cambio de tales dimensiones comportaba, la iglesia se santiguaba y los caciques y burgueses se preparaban para que, cualquiera que fueran los acontecimientos que hubieran de venir, sus intereses y privilegios quedaran a buen recaudo.
Mi padre se debatía en un mar de tribulaciones. Sentía el fracaso de España como un fracaso personal; sus ilusiones se habían desvanecido y se le veía triste y desanimado. Llegaba del trabajo taciturno y se sentaba a la mesa sin decir palabra. Era todavía joven pero se sentía envejecido, sin fuerzas ni esperanzas. Mi madre se había convertido en su mejor confidente, y con ella se desahogaba.
—La situación es muy complicada María. España va camino del desastre.
—Verás como al final no pasa nada, Agustín —intentaba tranquilizarle mi madre.
—Si hubieras escuchado la conversación a la que acabo de asistir en la Cámara no me dirías eso.
—¿Qué ha pasado?
—La gente da por muerta a la monarquía, incluso hay quien dice que el rey se ha marchado.
—No me digas.
—No es cierto, pero se va diciendo por ahí, y lo que sí es verdad es que su situación ya no puede sostenerse. Ya sabes lo que ha escrito Ortega: delenda est monarchia, y tiene toda la razón.
—¿Y qué puede pasar ahora?
—¿Qué va a pasar?, yo te lo voy a decir. Los republicanos están convencidos de que la república traerá la solución a todos los problemas, pero se equivocan. Los problemas de España son muy complejos y profundos; no porque no existan soluciones sino porque no habrá un gobierno al que le dejen adoptarlas. Los republicanos se enfrentarán entre ellos mismos, los de derechas con los de izquierdas, y los de izquierdas entre sí. Y luego entrarán en juego los curas y los militares.
—¿Y los monárquicos?
—En España ya no quedan monárquicos, María, se siguen llamando así pero ya no lo son, ahora están todos locos con los fascistas, ese duce los tiene fascinados. Y los que no son fascistas se han hecho republicanos. Alcalá Zamora ahora es republicano y don Miguel Maura, el mismísimo Maura, María, también presume de republicano. El rey está perdido, sólo el ejército podría salvar a esta monarquía y espero que no lo haga porque eso sería lo peor que podría pasarnos; la guerra entonces sería inevitable.
—Te veo muy pesimista Agustín. Verás como al final todo queda en nada.
—¿En nada dices? ¿Sabes que hoy me han ofrecido una pistola?
—¡Por Dios! —exclamó mi madre impresionada.
—Sí María, una pistola alemana. En la propia Cámara nos las ofrecían. Y ¿sabes una cosa?, muchos se han interesado.
—Pero … ¿a qué viene eso?
—No te extrañes, María. Hay mucha gente con miedo.
En estas circunstancias es de comprender que el propósito de buscarme un empleo quedara en muy segundo plano. Además, si la idea era la de colocarme en alguna oficina del ayuntamiento el momento no podía ser más inoportuno, pues en sólo unos días se celebrarían elecciones municipales y nadie se atrevía a hacer nada que pudiera comprometerlo si las cosas cambiaban.
Si bien en aquella época yo vivía muy al margen de la política, era imposible escapar de la atmósfera de convulsión que se respiraba en el ambiente.
Después de celebrarse las elecciones todo el país quedó expectante y en vilo, a la espera de que se conocieran los resultados. Al día siguiente de las votaciones comenzaron a circular los primeros rumores de que habían ganado los republicanos, aunque enseguida la derecha difundió la consigna de que en el cómputo general de los votos habían vencido los partidos monárquicos.
El 14 de abril se deshizo la incertidumbre y aquella fecha quedaría marcada en la historia para siempre; para mí fue, además, uno de los días más determinantes de mi vida.
La madrugada del día 14 poca gente durmió tranquila en Madrid. Durante toda la noche grupos de obreros y activistas tomaron la calle gritando consignas que proclamaban el triunfo de los partidos republicanos tanto en Madrid como en las principales capitales y ciudades de España; a estos grupos, minúsculos al principio, enseguida se fue uniendo cada vez más y más gente.
Apenas amaneció, desde la Puerta del Sol al Congreso y desde allí al Ministerio de la Guerra para volver a Sol, miles de madrileños conformaban una impresionante marea que llenaba la calle de euforia y espíritu festivo. Los obreros abrazados a las costureras, las enfermeras a los guardias, y los tenderos a los escribientes. Camareros, limpiabotas e incluso algunos militares, gentes de todo extracto y condición se sumaban a aquella fiesta y expresaban eufóricos su alegría y entusiasmo; eso sí, no se veía un sólo cura.





Yo viví aquellos acontecimientos muy de cerca. Por la mañana el ruido que subía desde la calle nos despertó muy temprano, y toda la familia se reunió en la cocina, donde mi madre preparaba el desayuno. Henar, nuestra sirvienta, bajó a comprar el pan pero no pudo encontrarlo. En cambio trajo noticias: continuaba el recuento pero se daba por seguro el triunfo de los partidos republicanos; los militares estaban en sus cuarteles y, a pesar de los temores que se habían propagado el día anterior, ningún levantamiento tenía visos de que fuera a producirse; ni el Rey lo quería ni el ejército estaba dispuesto ni coordinado para levantarse; la familia real se había marchado de Madrid y Alfonso XIII, que se encontraba reunido con el gobierno, se decía que pensaba hacerlo de inmediato. Aquellos eran los rumores que corrían de boca en boca a primeras horas de la mañana.
Desde la ventana, mi hermana Magdalena observaba divertida el desfile verbenero que bajaba por la calle, “mira mamá también están los bomberos”, y al momento lo comprobábamos escuchando el ulular de sus sirenas. Sólo a Carmen parecía fastidiarle el ambiente festivo que todo lo inundaba: “vaya pandilla de desgraciados —decía mirando con desprecio a una riada de manifestantes que pasaba—, si son unos muertos de hambre, qué sabrán de monarquía o de república esos paletos”.
Mi padre, asomado también a la ventana, observaba con preocupación el bullicio desatado que había tomado las calles. Ahora todos sabemos el curso de los acontecimientos que a la postre sucedieron, pero en esos momentos nadie podía adivinar como acabaría todo aquello. Si de verdad habían ganado los republicanos, ¿habría un pronunciamiento militar?, ¿sería capaz el rey de pedir el auxilio del ejército?; y si lo hacía ¿se mantendría el ejército unido o se decantarían dos bandos enfrentados? Aquellos interrogantes rondaban los pensamientos de mi padre, que con gesto preocupado se despidió de nosotros, y se marchó como cualquier otro día a su trabajo.
Mi hermano Carlos y yo decidimos salir a la calle desoyendo los lamentos de mi madre, a la que prometimos andarnos con cuidado y evitar meternos en trifulcas y problemas. A mi hermano Miguel no le dejaron venir y se quedó en casa protestando.
Conforme avanzaba el día la sensación de euforia se iba relajando para transformarse en impaciencia. Todo el mundo deseaba conocer de una vez los resultados, pero éstos se demoraban porque, según se decía, faltaban los recuentos de los pueblos y las ciudades pequeñas. Volvimos a comer a casa y sentados a la mesa comentamos lo que cada uno había visto u oído durante la mañana. Incluso mi madre se había animado a echarse a la calle con Magdalena, Miguel y Pilar; sólo Carmen se quedó en casa. Aunque se daba por seguro quién había ganado, mucha gente se temía un pucherazo; por eso extrañaba que a pesar de la tensión no se hubieran producido altercados ni violencias. Sólo mi padre apuntó lo que nosotros desconocíamos: grupos de descontrolados habían atacado un convento en Chamberí e intentado quemar una iglesia en Arganzuela.

Después de comer, Carlos y yo salimos a la calle otra vez; el ambiente parecía más sosegado pero se palpaba una tensión densa y latente. A media tarde una consigna voló de boca en boca llamándonos a la Puerta del Sol. Allí se trasladó medio Madrid y allí nos fuimos nosotros. A las siete de la tarde no cabía un alma en la plaza y la muchedumbre se desparramó por las calles adyacentes, a la espera del acontecimiento que, se decía, en cualquier momento se iba a producir. De pronto vimos movimiento en un balcón del Ministerio; aparecieron, entre otros, Miguel Maura, Manuel Azaña y Largo Caballero. Se hizo el silencio y alguien tomó la palabra a través de un altavoz; el rey, nos dijo, había abandonado el país con rumbo a Francia, y antes de marcharse había cesado al gobierno. Por ello, continuaba el orador, ante el vacío de poder que se había producido, los allí presentes, a la vista de los resultados de las elecciones y en el nombre del pueblo soberano, proclamaban el nacimiento de una república que se hacía cargo de los designios de España. Don Niceto Alcalá-Zamora asumía provisionalmente la presidencia, y su primer gobierno se constituiría con carácter inmediato, con el encargo de redactar una constitución democrática. Calló el orador y un espeso e impresionante silencio se apoderó de la plaza; de pronto desde el mismo balcón alguien gritó: “¡Viva la República!”, y la multitud respondió al unísono un estruendoso “¡Viva!”, que dio paso a una explosión indescriptible de entusiasmo.
Nada más terminada la proclama, Carlos y yo, abriéndonos paso entre la muchedumbre, volvimos corriendo a casa para contar lo que habíamos visto y escuchado. Tardamos muy poco en llegar porque los acontecimientos estaban sucediendo a muy pocos metros de nuestra casa. Cuando llegamos todos estaban más o menos al corriente; la sensación era extraña, costaba creer que efectivamente el rey se había marchado y ahora España era una república. Nos detuvimos en contarles los detalles: quiénes salieron al balcón, el semblante serio que mostraban, cuánto duró el discurso, la literalidad de sus palabras, la reacción que se desató en las masas.
 Después de escuchar con atención nuestras noticias mi padre se quedó muy serio y sin decir nada se retiró a su despacho. Yo le seguí, le noté extraño.
—Y ahora ¿qué va a pasar padre? —le pregunté cuando estuvimos a solas.
—¿Quién lo sabe hijo? —me respondió resignado y con desgana— Habrá que esperar a mañana y a los próximos días.
—¿Volverá el rey?
—No lo creo —me dijo tras pensarlo unos segundos—. Un rey que abandona su país ya no puede volver. Nadie lo entendería ni lo admitiría. Y mejor que así sea Ernesto, que no vuelva. Después de lo que ha ocurrido, probablemente sólo agravaría los problemas. La monarquía ha escrito su punto final en España y no nos queda más que aceptarlo; tenemos una república, que sea bienvenida. Sólo pido que no haya derramamiento de sangre. 
Mi padre hablaba despacio, como si le costara mantener la conversación. Acostumbrado al entusiasmo con que normalmente comentaba la política me sorprendía el tono lánguido y resignado de sus palabras.
—¿Se encuentra bien padre?
—Sí, sólo estoy cansado. Ha sido un día muy difícil —me contestó con la mirada baja—. Tráeme agua, Ernesto.
Cogí la jarra de cristal de su mesa y salí a la cocina para llenarla. Allí me entretuve un instante con mi hermano Miguel, empeñado en que le repitiera el discurso de la proclamación palabra por palabra.
Al regresar al despacho encontré a mi padre en pié con los brazos estirados, los puños apoyados sobre la mesa y la cabeza agachada; se había aflojado el nudo de la corbata y gruesas gotas de sudor le corrían por la frente y se deslizaban por la cara. Fui a su lado para observarle más de cerca. Estaba empapado y tenía el semblante descompuesto; me alarmé.
—Padre ¿qué le ocurre?
—No me encuentro bien Ernesto, llama a tu madre —me respondió con la voz muy débil y sin mirarme.
“¡Madre! ¡Madre!, “¡venga en seguida, padre no se encuentra bien!” grité muy alto. Escuché ruidos precipitados que respondían a mi llamada. “¿Qué ocurre?”, preguntó mi madre asomándose a la puerta. En aquel momento mi padre agachó más la cabeza, seguía de pié pero ahora sus brazos temblaban y no podían sostenerlo. En un instante se desplomó sobre el sillón; había perdido el conocimiento pero su cuerpo se agitaba en convulsiones. Quisimos despojarle de su levita pero no podíamos, tenía la camisa empapada. Mi madre le gritaba angustiada agarrándole de la solapa “Agustín ¿qué te pasa? Agustín, responde”.
De repente su cuerpo quedó inmóvil, recostado como un muñeco que se hubiera dejado caer sobre el sillón. Las piernas extendidas y separadas; la cabeza ladeada a su derecha, los ojos cerrados y una mueca de súbita sorpresa en el semblante.
Mi madre rompió a llorar desesperada. Desde la puerta Miguel y Pilar nos miraban con la boca abierta y los ojos como platos, sin alcanzar a comprender qué había pasado. Llegaron Magdalena y Carmen y se abrazaron a mi madre y al cuerpo inerte de mi padre. Luego Carlos y Pepito, que oyeron los gritos mientras se encontraban asomados a la calle, jugando a tirar furtivamente migas de pan a los viandantes. Al ver llorando a mis hermanas y a mi madre Miguel también rompió a llorar, igual que Pilar a la que Henar, que fue la última en llegar, abrazó entre lágrimas intentando consolarla.
Yo permanecí paralizado observando aquella escena que se me quedó para siempre grabada en la memoria. Recordaba en ese momento las últimas palabras que me dirigió mi padre. No fueron de despedida, ni de consejo. No fue el discurso que uno espera de un padre agonizante. La muerte le vino por sorpresa, como tantas veces sobreviene; inmerso en las preocupaciones y las dudas y temores de la vida cotidiana. No le dio la oportunidad de despedirse. “No me encuentro bien, llama a tu madre”, y un momento antes “tráeme agua”, fueron las dos últimas frases que mi padre pronunciara. Lo recordaba aquella misma mañana en la cocina, muy serio, como siempre que andaba preocupado, abrochándose el traje y atusándose la barba. Dispuesto a afrontar aquel día tan trascendente, ignorando lo que en realidad le deparaba. Como una absurda incongruencia recordé mi euforia de hacía sólo unos momentos, cuando recorría las calles contagiado de la fiesta popular que todavía continuaba.
Ahora mi padre había muerto y en casa todos menos yo lloraban; lo haría más tarde amargamente; en la soledad de mi cuarto; escuchando de fondo los acordes de una orquesta, que al son del Himno de Riego desfilaba por la puerta de mi casa.



Este es el tercer capítulo de la novela, si no leísteis los dos primeros puedes hacerlo en estos posts

 primer capítulo 
segundo capítulo

Y si os gustado y os apetece os invito a leer la novela completa