viernes, 8 de junio de 2012

Hollande abre paso a la esperanza


Nuevo post después de varios días de sequía o de silencio. Me lo sugiere la decisión de Francois Hollande de reducir dos años la edad de jubilación, hasta los 60, una medida que  resulta de lo más alentadora, no ya por su calado, pues limita sus efectos a trabajadores con amplios periodos cotizados, sino por ser contrapunto a la mareante cantinela con que aturde la derecha.

Siempre he pensado que lo más grave de la crisis, mucho más que los recortes, es el mensaje que a su paso está calando: el mensaje interesado y bien cifrado de que nada volverá a ser como antes. La crisis, sostiene el conservadurismo gobernante, nos enseña las costuras de una quimera imposible. Y añaden convencidos que tras la crisis muchas conquistas sociales deberán haberse evaporado; porque son inasumibles, dicen con gesto serio y labios apretados, impagables, ilusos errores de cáculo.

También pienso que el error de buena parte de la izquierda es doblegarse y asumir sin oposición este mensaje. No critico los dolorosos recortes a que las circunstancias han obligado, pero sí la asunción de que son definitivos, indiscutibles, irrevocables. En demasiadas ocasiones se ha claudicado con sumisión ante el discurso de la derecha. No se ha querido ver la crisis como un paréntesis tras el cuál retomaremos los avances. Se ha caído en la trampa de quienes buscan desmantelar un modelo que detestan porque les obliga a compartir sus beneficios: el que contempla la solidaridad y el bienestar social como un valor superior y una fuente de riqueza.

Escucho en España a la izquierda oponerse a las medidas del gobierno; sin embargo no encuentro determinación en la respuesta. No se trata de llamar a rrebato ante cada recorte del sistema; la derecha ganó las elecciones y va a hacer su política así nos pese. Se trata de afirmar que la izquierda lo hará de otra manera; de abrir paso a la esperanza. Quiero escuchar a la izquierda asumir compromisos concretos, retos claros y precisos; incorporar a la oferta una promesa de cambio de estrategia y de objetivos; y antes que nada la promesa de restituir cuantos derechos se vean disminuidos.  

En el marasmo conservador que nos envuelve, Hollande alumbra otra dinámica y al hacerlo ilumina la esperanza. La crisis no tiene porqué barrer todo a su paso; no necesariamente. Restablecer un derecho antes negado pone en práctica el discurso que debiera habrirse paso: que la Europa social no se rinde a la exigente ambición de los mercados, que a esta altura de los tiempos crecimiento y derechos no se excluyen ni repelen.

Con la fuerza de la evidencia la receta del crecimiento parece abrirse paso, pero la izquierda no debe ni puede confiarse; crecimiento no es sólo producir y vender más, el cremiento también se debe referir a los derechos, a la mejora de las condiciones de vida de la gente. No se trata de crecer a costa de salarios de subsistencia y ciudadanos sin derechos; se trata de progresar, de añadir valor al bienestar, de repartir con justicia la riqueza.

En mitad de la tormenta alguien ha dicho basta, no es verdad, nos están engañando. Es lo que encierra la apuesta de Hollande. El futuro no tiene porqué ser más cicatero que el pasado, se puede seguir avanzando.

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