lunes, 31 de diciembre de 2012

Lepanto


 La mañana del siete de octubre ambas escuadras se encontraban desplegadas frente a frente. Apenas despuntado el alba la nave capitana turca disparó una de sus piezas invitando a la batalla; antes de que pasara un minuto respondió con un estruendo la capitana cristiana. El combate era inminente pero aun daría tiempo a las arengas y a poner en paz las almas. En cada nave cristiana frailes capuchinos y jesuitas oficiaron misas a las que, apiñados sobre las crujías y los puentes, marinos y soldados asistieron devotos y graves, muchos de ellos de rodillas. En la soflama los frailes les recordaron que luchaban en una cruzada; que la muerte en la batalla no era más que una puerta que el cielo les abría; en la lucha, se les dijo, la victoria sería generosamente recompensada, en el caso de los galeotes llevados como forzados, con la ansiada libertad y el perdón de todas sus culpas.
El ataque lo inició la escuadra turca, que avanzó galeras y galeazas por el flanco izquierdo, queriendo romper las líneas y atenazar al enemigo por la espalda. Las naos cristianas se revolvieron y lograron ponerlas en retirada hacia la costa, donde algunas quedaron varadas en aguas bajas. El combate se desplazo hacia el centro de las escuadras, donde se enfilaron las dos naves capitanas. Fue también la turca la que tomó la iniciativa, lanzando su galera Sultana contra la Real española. Al hacerlo erró en el golpe y se enzarzaron los espolones; la nave turca embicó y se escoró demasiado ofreciendo su cubierta a la artillería española, que comenzó a lanzar andanadas que causaron enormes bajas y daños irreparables. Las dos naves quedaron trabadas y sus tripulantes y soldados emplazados a batirse en un feroz cuerpo a cuerpo. Con sus garfios, otras galeras de ambos bandos se unieron a los costados, quedando de tal modo todas ellas apiñadas. Se combatía en mitad del mar pero se luchaba como en la tierra, donde el ímpetu de los Tercios Viejos marcaban una diferencia incontestable; las ballestas de los turcos poco podían hacer frente al fuego de arcabuz de los cristianos. Animados por los oficiales, los galeotes abandonaron los remos y subieron a luchar a los puentes y las cubiertas. Las escenas eran de una violencia inenarrable; fogonazos de arcabuz reventando los cuerpos; sables que mutilaban brazos al primer golpe; charcos de sangre sobre los que resbalaban los soldados; el impacto de las bombas que lanzaban sin cesar los galeones apostados a una milla de distancia. Enseguida la superioridad cristiana fue patente y pronto la Media Luna se vio arriada de la Sultana, lo que, al ser visto, provocó el júbilo cristiano y la zozobra y desesperación de los musulmanes. En el castillo de popa de la Sultana varios soldados acorralaron a su almirante, que sable en mano todavía intentaba defenderse. Por la espalda y colgándose de una jarcia le vino del cielo un galeote cristiano haciéndole caer al suelo; allí el mismo le arrancó la cabeza de un solo golpe de sable; después, cogiéndola por los pelos fue a ofrecérsela a don Juan de Austria, quien la ensartó en la punta de su espada y, exhalando un grito de rabia, la alzó al cielo para que todos la vieran, antes de lanzarla al mar con un gesto de desprecio.
No había pasado una hora cuando el triunfo ya se había decidido, si bien todavía continuaban encarnizados los combates, que se habrían de prolongar por toda la mañana. Ambas artillerías seguían castigándose, y el estruendo ensordecedor de las descargas se mezclaba con el fragor de los gritos con que se animaban o lamentaban su dolor los combatientes. Al ver el cariz que tomaba la batalla, en las galeras turcas los cautivos cristianos se amotinaban y tomaban el mando de aquellas mismas naves en que habían penado durante años; la saña de la venganza en estos casos resultaba espeluznante.
En una secuencia regular las naves turcas se iban rindiendo y sus oficiales y muchos de sus marinos y soldados eran inmediatamente ejecutados; a otros se les hacía prisioneros recluyéndolos en bodegas atestadas. El cielo se había tiznado de un espeso color negro, y el olor a sangre y pólvora impregnaba el ambiente, dejando una extraña sensación agridulce en la nariz y en las gargantas. Galeras y galeones incendiados dibujaban la desolación de la guerra en el horizonte, y sobre el mar infinidad de restos de los destrozos flotaban a merced de las corrientes.
Al caer la tarde se levantó una suave brisa de poniente que poco a poco fue arreciando. Asomaron nubes amenazadoras y el mar comenzó a agitarse; el tiempo empeoraba por momentos y don Juan de Austria, con la mirada puesta en unas pocas galeras turcas que, capoteando sobre las olas, escapaban por el estrecho, dio la orden de retirada hasta el puerto de Petala, a unas pocas millas de distancia. Allí, en los días siguientes, con un mezcla de dolor y júbilo exultante y contagioso, se hizo el recuento de bajas: más de siete mil hombres por el bando cristiano; muchísimos más de veinte mil en el turco; cinco mil prisioneros hechos al enemigo y más de diez mil cautivos cristianos liberados; frente a las doce galeras perdidas o arruinadas se apresaron ciento setenta enemigas, aunque sólo medio centenar en buen estado. Los correos partieron para España, Venecia y el Vaticano; el triunfo de la Cristiandad había sido incuestionable; la temible escuadra turca dejaría por mucho tiempo de ser una amenaza.

jueves, 13 de diciembre de 2012

Pasión de sobremesa


Mientras cocinaba tomamos un poco de vino y charlamos animosamente sobre gustos y aficiones sobretodo culinarias. Manuela demostró ser toda una experta y gran aficionada a la cocina, y ya no sólo a preparar suculentos platos y delicias sino también a degustarlos, de lo que daba fe su figura rotunda y voluptuosa, prieta y firme pero también entrada en carnes.
Presumida como era, siempre iba muy arreglada, y esta vez, bajo el delantal, estaba espléndida. Mientras me hablaba a veces yo perdía el hilo y me escapaba hacia sus brazos carnosos y torneados, o me quedaba absorto contemplando sus labios cuidadosamente perfilados, o sus ojos tan vivos y expresivos que eran capaz de hablar por sí solos. Sin poder remediarlo me iba detrás de sus pechos redondos y poderosos, que presos del sujetador asomaban tersos y sugerentes, y botaban a cada movimiento como danzando dentro de su escote amplio y holgado, apenas sostenido por dos finas tiras muy livianas que resbalaban constantemente por la desnuda curvatura de sus hombros. Ella sentía el calor de mis miradas y yo que se complacía del momento. Lo notaba en la forma de hablarme y de mirarme, al inclinarse a coger algo y exagerar la procacidad de la postura que adoptaba, y en algunos sutiles roces que provocaba, sin apenas disimulo, al moverse por aquella cocina tan estrecha. Ni que decir tiene que después de tanto tiempo de abstinencia, pensar que aquella hermosa mujer se me estaba insinuando despertaba mis instintos, aunque yo, más por mor del pudor que por querer hacerlo, intentaba disimularlo adoptando una actitud comedida y recatada, si bien, sin que pudiera evitarlo, mis ojos y mis labios entreabiertos delataban a gritos mis deseos.
Cuando todo estuvo preparado nos sentamos a la mesa y disfrutamos de una comida excelente en la que sólo faltó algo de vino, pues a los dos nos gustaba y la botella sólo nos duró un momento. Después de apurar el guiso y festejarnos con los pasteles que traje, el café y un par de copas de anís pusieron un toque dulce final sumamente placentero.
Mientras comíamos hablábamos sin parar saltando de un tema a otro; de nuestros trabajos, la familia y tantos recuerdos buenos y malos que sobrevenían al evocar tiempos pasados, de la vida que habíamos llevado, pocas veces generosa y otras tan ingrata y despiadada. Al terminar de comer y encender yo mi cigarro, parecía que ya todo estaba dicho, y una espesura se apoderó del momento sumiéndonos en el silencio, cada cual meditando, como ausente, a sus adentros. 
“¿Más Café?”, me preguntó rompiendo el vacío de palabras. Asentí con un gesto y ella se levantó lentamente, perezosa, casi lánguida, para ir a la cocina a prepararlo. Me quedé ensimismado en mis propios pensamientos y la oí trajinar con los cacharros; al poco sentí que regresaba y pasaba por mi lado, entonces se paró y se me quedó mirando con una expresión de duda en el semblante. Sin apartar sus ojos de los míos los fue acercando, llevó sus manos a mis mejillas y me dio un beso apasionado; una vez se encontraron nuestros labios no querían separase, y nuestras lenguas se enredaron ansiosas y endiabladas; yo me levanté y comencé a acariciarla, y ella tiró de mí y me llevó a su dormitorio desabrochándome la camisa y sin dejar de besarme; le quité el vestido y ante mis ojos apareció un cuerpo cálido, suave y generoso, y ya desnudos los dos nos echamos a la cama. Se me encendió la pasión y quise tenerla de inmediato; ella me paró, “tranquilo Ernesto, que no se acaba el mundo ni esto es robado, despacio”, me susurró acercando sus labios a mi oído, mientras sus uñas afiladas acariciaban mi espalda y sus piernas abrazaban las mías como dos recias tenazas. Hicimos el amor con la furia del deseo largamente insatisfecho, y a la vez con la pasión de dos enamorados. Fue el momento más dulce y tierno de mi vida, incomparable a todo lo anterior, completamente distinto al sexo comprado que, a mis casi cincuenta años, era el único que hasta entonces conocía.

Este fragmento pertenece a la novela "La azarosa vida de Ernesto Valente". Si quieres leer su principio o descargártela pulsa aquí.

sábado, 8 de diciembre de 2012

Tormenta de otoño



En vez de regresar por la autopista Álvaro prefirió dar un rodeo y tomar la antigua carretera que circunda el bosque; un trayecto algo más largo pero también más agradable.
Al echar un vistazo al cielo divisó negros nubarrones que se acercaban amenazadores; por la ventanilla medio abierta percibió un golpe de aire frío y húmedo que le sacudió las mejillas y le alborotó el pelo obligándole a cerrarla; era uno de aquellos días que a mucha gente entristecen, pero que a Álvaro, sin embargo, le sumían en un estado de lánguida tranquilidad muy placentero.
Como la prisa no le apremiaba decidió abandonarse al placer extraordinario de hacer las cosas con calma. En la cima de un repecho encontró un café de carretera, desde cuya terraza se disfrutaba de espléndidas vistas sobre aquellos frondosos parajes. Allí detuvo el automóvil, junto a la puerta de entrada, y una vez en su interior se sentó en una mesa cercana a un ventanal, tras cuyos cristales empañados una suave llovizna difuminaba el paisaje y empapaba el suelo y las plantas del jardín, avivando el color de las violetas y las dalias silvestres, desperdigadas en derredor sin orden ni concierto.
Álvaro se regocijaba del instante. Saboreando el coñac que acababa de servirle el camarero, encendió un cigarrillo y fumó plácidamente mientras veía caer la lluvia desde el porche acristalado. Pagó la consumición y volvió corriendo al coche en el momento en que arreciaba el aguacero.
Por aquel camino la ciudad distaba apenas tres kilómetros a través de una estrecha carretera que se interna en el bosque y serpentea entre los álamos para evitar las quebradas. En los días de buen tiempo era un placer escuchar el trino de los pájaros y percibir el colorido encarnado de las copas de los árboles. Entonces, con suerte y un poco de atención, se pueden ver ardillas y garduñas jugueteando veloces por sus ramas, y al azor sobrevolando majestuoso el límpido cielo azul de la montaña.
Ahora las hojas caídas cubrían el bosque de una alfombra esponjosa de tonos terrosos y naranjas. Con la lluvia cesaban los cantos de los pájaros y todo lo inundaba el rumor crepitante de millones de gotas estrelladas contra el suelo, y el viento silbante penetrando impetuoso entre las ramas y los troncos chorreantes de los árboles.
Al abandonar el bosque, el camino desciende por una suave colina a cuyo fondo, tras un recodo, se levanta el Pueblo Viejo alrededor de la torre oscura de su imponente y vetusto campanario.
Álvaro deja atrás una rotonda y se introduce en un laberinto de callejuelas estrechas de casas bajas con las puertas y postigos cerrados a cal y canto. Por los tejados se precipitan cortinas de agua que se estrellan contra el suelo, y en ocasiones anega el parabrisas impidiendo la visión por un instante. Justo al alcanzar la vieja plaza comprueba que está escampando; al bajar la ventanilla percibe un aroma conocido, de bizcocho, canela y azúcar quemado. Desde el coche divisa la panadería de donde proviene el aroma, y a través de los cristales, en su interior, la figura de una mujer hermosa que le está mirando y a la que él también mira durante apenas un instante para después continuar la marcha. Enseguida la lluvia cesa por completo y la gente vuelve a tomar las calles con el bullicio acostumbrado y el ánimo más fresco y limpio, exactamente igual que el ambiente que respira la ciudad después de aquella efímera aunque hermosa tormenta de otoño recién llegado.


lunes, 22 de octubre de 2012

Fragmento


Antonio y Margarita comenzaron a frecuentarse y hubo un momento en que él llegó a plantearse si con aquella mujer le había llegado el momento de sentar de una vez cabeza. Lo descartó, sin embargo, al comprobar que Margarita no pensaba en otra cosa que no fuera disfrutar los placeres y dejarse llevar por los deseos del momento. Se comportaban como amantes pero cada uno buscaba y daba rienda y satisfacción a sus propias aventuras, sin temor a los reproches del otro. Ambos se habían asociado y obtenían sus respectivas ventajas: ella presumir haciéndose acompañar por un joven encantador que enamoraba a las mujeres con mirarlas, y él la carta de presentación a determinados ambientes a los que por su sola condición no tenía acceso. Formaban una pareja joven y atractiva que triunfaba en los reductos libertinos del momento, algo que no estaba dispuesta a tolerar la moral puritana de la corte y nobleza madrileña.
            Antonio recibió oportunas advertencias por la boca de Ruy Gómez, que con discreción no exenta de contundencia le previno de las consecuencias que sus aficiones acabarían deparándole. “No sea necio y actúe con prudencia”, le había dicho en un aparte en los salones del Alcázar, “que los placeres del momento cuando son desaforados pueden tornarse pesadas losas que a uno le aplasten y aun le entierren sin remedio. Ni mucho menos le digo que renuncie a los impulsos del deseo, más sea discreto y cuide las apariencias, si es que no se quiere ver perjudicado. No es esto Italia donde el vicio y la depravación no espantan y aun son timbre que se admira y la gente aplaude. Esto es España y aquí hay que guardar las formas y los modales; que aunque de puertas adentro cada cual se las apaña y se alivia o solivianta como quiere, de cara afuera hay que entender que la virtud abre las puertas, y los vicios de la carne, cuando se saben y corren de boca en boca como es el caso, nos las cierran”.
            Margarita y Antonio dejaron de verse después de que los padres de la marquesa, antes de que la ocasión se perdiese y las malas lenguas hicieran inviable otras mejores ofertas, decidieron alentar y dar buen fin a las pretensiones de un viudo portugués, noble y rico aunque ya viejo, que desoyendo las voces de la maledicencia, decidió pedir a Margarita en matrimonio en la intención de llevarla como esposa a su tierra portuguesa, donde apurar juntos las mieles de la vida en lo que ésta quisiera depararles.
            Pocos días después de aceptar el compromiso Margarita se presentó en casa de Antonio en la intención de despedirse. Él nada sabía de los planes que su amante le contó con un deje de tristeza.
            = Es buen hombre y liberal en costumbres y pensamientos. No seré más infeliz con él que con cualquier otro que estuviera dispuesto a desposarme. Hemos hablado a las claras y entre los dos no habrá engaño. No guarda el propósito de enmendarme ni busca esposa ejemplar sino, como él dice, una dulce compañera de viaje.
= Pero es viejo –objetó Antonio.
= Más no tanto, ni es tan feo, y todavía es hombre en la cama.
= ¿Y a ti te place? –preguntó Antonio bromeando.
= Conozco peores amantes.
= Renuncias entonces al amor.
= ¿No es esa tu opinión?, ¿no eres tú quien dice que no es el amor sino el interés lo que mueve nuestros actos? –le respondió Margarita entre divertida e irónica.
= ¿Por qué me hablas así? –preguntó Antonio intuyendo la doble intención con que le hablaba.
= Bueno, no son precisamente tus actos los que avalan tus palabras.
= Sigo sin entenderte.
= ¿Crees que no me he dado cuenta de cómo miras a la princesa?
= ¿Y cómo crees tú que la miro?
= Con ojos enamorados; para mí eres transparente, Antonio.
= Ella es casada y bien casada y yo respeto a su esposo.
= Pero algo en tu interior te impide renunciar a ella.
= Aquello fue un juego de niños. Hoy sólo le guardo afecto.
Desnudos, tumbados sobre el lecho y la vista perdida en las molduras del techo quedaron los dos pensativos largo rato, cada cual divagando a sus adentros. Fue Antonio quien rompió el silencio.
= ¿Y si todo sale mal y te arrepientes?
Le había hablado con la seriedad del amigo que se siente preocupado. Margarita, al escucharle, suspiró profundamente. La pregunta no le sorprendía; ella misma se la había planteado muchas veces y había acabado por encontrar una respuesta. Lentamente se giró sobre sí misma y buscó su copa de vino sobre una pequeña mesa junto a la cama; la vio vacía y la llenó hasta el borde, después se la llevó a la boca y la apuró de un solo trago dejando que el vino se le derramara entre los labios; se limpió con el dorso de la mano y miró a Antonio fijamente; los ojos, grandes y enrojecidos, reflejaban el brillo de unas lágrimas que apenas asomaban.
= Si todo sale mal ya encontraré algún remedio –respondió Margarita arrastrando las palabras.
Después se sonrió en un rictus entre pícaro y malévolo, dejó caer la copa al suelo y volviéndose hacia Antonio comenzó a acariciarle y besarle con la pasión lujuriosa con que gustaba entregarse. 

domingo, 7 de octubre de 2012

Café para todos a la fuerza

Los datos del último barómetro que publica El País me parecen previsibles y encierran pocas sorpresas. En el ambiente se palpa una enorme desafección hacia un gobierno que no sólo ha traicionado su programa electoral, defraudando por tanto a sus votantes, sino que percibimos que está causando un sufrimiento social inútil que además nos conduce directamente hacia el fracaso.
Sí me llama la atención que los ciudadanos reclamen una modificación del modelo territorial constitucional, y no precisamente en el sentido centrifugo de profundizar en más autonomía, sino en el contrario de avanzar en hacia un estado más centralizado.
En este asunto me siento a contracorriente del discurso oficial mayoritario, aunque compruebo que no tanto de la opinión que la mayoría de los ciudadanos manifiestan.
Me parece una evidencia que la evolución de nuestro estado autonómico, con sus destellos que sin lugar ha dudas ha tenido, ha plasmado una estructura del poder territorial que la Constitución no exige y, sobre todo, que los ciudadanos nunca han reclamado.
El autonomismo en mi opinión ha sido sobrevalorado y en no pocas ocasiones se ha impuesto allí donde nadie lo pedía, al menos con el alcance con que ha cristalizado. No es que rechace la descentralización por razones de eficacia y acercamiento de la gestión a los ciudadanos, pero el nivel de autonomismo consagrado en determinados territorios me parece artificial y creador de dinámicas políticas que no siempre son eficientes.
Se suele defender que las autonomías han traído el progreso a regiones secularmente olvidadas, cuando no castigadas desde el centro. Es cierto, pero también que el centralismo más reciente lo ejerció una dictadura que sumió en el atraso al país entero. No podemos, con base en esa experiencia, descartar la utilidad de otros modelos democráticos con más poder en el centro.
No soy enemigo de las realidades políticas llamadas identitarias. Las respeto profundamente y estoy dispuesto a defenderlas allí donde sean reales y respondan a las aspiraciones y los sentimientos de los pueblos. Comprendo perfectamente como español la voluntad de autogobierno de Cataluña y Euscadi, pero me parece muy distinta la que se siente en Andalucía o Castilla León por sólo citar dos ejemplos.
No creo que se deba desmantelar el estado de las autonomías; hoy por hoy es una realidad asumida mayoritariamente, pero pienso que una reforma del modelo debería relativizar su alcance y ajustarlo a lo que la sociedad reclama, si es que queremos escuchar lo que los estudios de opinión están diciendo.


jueves, 14 de junio de 2012

Rescate o no, cuestión de orgullo patrio

Ya lo dijo Merkel: cuestión de orgullo, de ese orgullo que tantas veces pierde a la derecha española. En el orgullo patrio ha basado Rajoy su estrategia con sus socios europeos. Y eso ha sentado mal fuera de España.
Y es que el orgullo, en el sentido más rancio y patético, ha sido y es una seña de identidad de esta derecha española. Lo fue durante la dictadura triunfal que hizo perder a España el tren del progreso, lo ha sido durante su oposición democrática y en el paréntesis del gobierno de Aznar, y lo sigue siendo durante los seis meses que ya lleva en el gobierno.
En una muestra de su prepotencia, desde la oposición nunca renunció a explotar el orgullo nacional, acusando sistemáticamente a los gobiernos de irrelevancia o debilidad, como si sólo ella pudiera garantizar los intereses de España.
Y cuando ha gobernado su obsesión ha sido llevar a España a donde según su mesiánica visión le corresponde. Tal fue la orgullosa razón para meternos en una guerra ilegal que los ciudadanos rechazaban: rescatar a España del rincón de la historia en que supuestamente se encontraba. Poco valía que hubiera vuelto a la realidad europea de la que nunca debió marginarse; de nada servía que desde que su progreso político, económico y social sorprendiera a propios y extraños. España estaba en el rincón de la historia y para reintegrarla a su estatus imperial nada mejor que hacer ojitos al jefe, convertirse en un leal subordinado y aprovechar la ocasión para cultivar la imagen, poniendo orgullosamente las patas sobre la mesa en un rancho de tejas.
Fue también el orgullo patrio el que nos llevó a la brillante gesta de Perejil, al alba y con viento recio de levante, cuando la altanería con que Aznar despachaba los asuntos de Marruecos propició paradogicamente, o no, como diría Rajoy, que el vecino del sur evaluara una posición española lo sificientemente débil como para acometer lo que hasta entonces no se había planteado.
Sin embargo, aquella ridícula reconquista se vendió como una orgullosa demostración de los galones que ostenta España, y así fue aplaudido por la parroquia incondicional de la derecha, a pesar de que a la postre  se perdiera la batalla estratégica y con ella el pleno dominio de aquella estúpida piedra.
Y ahora, cuando la crisis nos atenaza, el orgullo patrio vuelve a las andadas para demostrar que España sigue siendo diferente.
España no ha sido rescatada, se empeñan en repetir con la boca ancha y estrecha. Sólo recibe ayudas para paliar el desastre de la herencia socialista, responden a los cuatro vientos, ocultando que la quiebra es del modelo bancario que, en las orgías de Madrid y de Valencia, ellos mismos diseñaron y ensalzaron.
Tampoco ha habido presiones ni imposiciones, si acaso es Rajoy quien tuerce las voluntades; ni el prestamo engrosará el déficit, aunque lo asuma el estado.
Pero resulta que sí es rescate, que hubo presiones tajantes y que el crédito endurece el objetivo del déficit (lo que traerá más recortes). Y ese minuto de orgullosa gloria ha dado aires a una ceremonia de la confusión y a la lógica reacción de los socios europeos, que se curan en salud  endureciendo las condiciones de un préstamo todavía no cerrado.
A eso se llama irresponsabilidad, pero el orgullo de Rajoy prefiere la honra a los barcos. Cuestión de  absurda sobreestima patria, en el más patriotero sentido de la palabra, que añade problemas y pone a España en la diana de la mofa y de la crítica, y que nos sale muy cara.
Y para colmo Trillo, insigne depositario de las esencias de España, desde su retiro dorado se queda calladito ante el permanente cachondeo con que Londres se despacha cada día en Gibraltar, muy cerca de aquella agreste piedra de Perejil, a la que algunos llaman Leyla.

 

viernes, 8 de junio de 2012

Hollande abre paso a la esperanza


Nuevo post después de varios días de sequía o de silencio. Me lo sugiere la decisión de Francois Hollande de reducir dos años la edad de jubilación, hasta los 60, una medida que  resulta de lo más alentadora, no ya por su calado, pues limita sus efectos a trabajadores con amplios periodos cotizados, sino por ser contrapunto a la mareante cantinela con que aturde la derecha.

Siempre he pensado que lo más grave de la crisis, mucho más que los recortes, es el mensaje que a su paso está calando: el mensaje interesado y bien cifrado de que nada volverá a ser como antes. La crisis, sostiene el conservadurismo gobernante, nos enseña las costuras de una quimera imposible. Y añaden convencidos que tras la crisis muchas conquistas sociales deberán haberse evaporado; porque son inasumibles, dicen con gesto serio y labios apretados, impagables, ilusos errores de cáculo.

También pienso que el error de buena parte de la izquierda es doblegarse y asumir sin oposición este mensaje. No critico los dolorosos recortes a que las circunstancias han obligado, pero sí la asunción de que son definitivos, indiscutibles, irrevocables. En demasiadas ocasiones se ha claudicado con sumisión ante el discurso de la derecha. No se ha querido ver la crisis como un paréntesis tras el cuál retomaremos los avances. Se ha caído en la trampa de quienes buscan desmantelar un modelo que detestan porque les obliga a compartir sus beneficios: el que contempla la solidaridad y el bienestar social como un valor superior y una fuente de riqueza.

Escucho en España a la izquierda oponerse a las medidas del gobierno; sin embargo no encuentro determinación en la respuesta. No se trata de llamar a rrebato ante cada recorte del sistema; la derecha ganó las elecciones y va a hacer su política así nos pese. Se trata de afirmar que la izquierda lo hará de otra manera; de abrir paso a la esperanza. Quiero escuchar a la izquierda asumir compromisos concretos, retos claros y precisos; incorporar a la oferta una promesa de cambio de estrategia y de objetivos; y antes que nada la promesa de restituir cuantos derechos se vean disminuidos.  

En el marasmo conservador que nos envuelve, Hollande alumbra otra dinámica y al hacerlo ilumina la esperanza. La crisis no tiene porqué barrer todo a su paso; no necesariamente. Restablecer un derecho antes negado pone en práctica el discurso que debiera habrirse paso: que la Europa social no se rinde a la exigente ambición de los mercados, que a esta altura de los tiempos crecimiento y derechos no se excluyen ni repelen.

Con la fuerza de la evidencia la receta del crecimiento parece abrirse paso, pero la izquierda no debe ni puede confiarse; crecimiento no es sólo producir y vender más, el cremiento también se debe referir a los derechos, a la mejora de las condiciones de vida de la gente. No se trata de crecer a costa de salarios de subsistencia y ciudadanos sin derechos; se trata de progresar, de añadir valor al bienestar, de repartir con justicia la riqueza.

En mitad de la tormenta alguien ha dicho basta, no es verdad, nos están engañando. Es lo que encierra la apuesta de Hollande. El futuro no tiene porqué ser más cicatero que el pasado, se puede seguir avanzando.

jueves, 26 de abril de 2012

Recortar sin perspectiva de futuro

Que la deriva que ha tomado la política económica del gobierno nos lleva al desastre es una percepción que se hace cada más evidente. No es necesario ser un experto para deducirlo; toda una escuela económica nos advierte que renunciado a la inversión la salida de la crisis no es posible.
Sin embargo, tan grave como esta política suicida de recortes es la falta de un plan de futuro.
El PP carece de un proyecto económico de país y esto es lo que más debería preocuparnos, porque sin un proyecto las sociedades están llamadas al fracaso. 
Con cuantas objeciones pudieran plantearse el PSOE sí lo tenía y llegó a plasmarlo en una legislación a la que, con su habitual irresponsable deslealtad, los populares miraron con desdén e hicieron burla: la ley de economía sostenible, un proyecto tan ambicioso como torpemente gestionado.
El PSOE tenía un proyecto aunque cometió el error de encorsetarlo en un texto farragoso que acabó diluyéndolo en una amalgama de procesos y medidas muy diversas, complejas y específicas, más propias de un texto reglamentario que de lo que aquella ley pudo haber sido: la expresión clara y sencilla de un prometedor proyecto de futuro; para colmo de desatinos alguien decidió incluir en el paquete el detonante de una polémica explosiva, la ley Sinde, que terminó acaparando el debate y llevando a un segundo plano el núcleo legislativo.
Abordaba aquella ley la eliminación de obstáculos administrativos y tributarios a las iniciativas productivas; basaba la mejora de la competitividad en el desarrollo de la sociedad de la información, la potenciación del sistema de I+D+i y una importante reforma del sistema de formación profesional que adecuara esta oferta educativa a las necesidades de las empresas españolas; y vinculaba las estrategias de crecimiento a la sostenibilidad del modelo energético, la reducción de emisiones, el transporte y la movilidad sostenible, y el impulso del sector de la vivienda, no desde la perspectiva de la nueva construcción, sino de la rehabilitación de las viviendas existentes.
En tan condensada enumeración de objetivos se vislumbraba un modelo de país que a sus actuales potencialidades económicas, fudamentadas en la industria de automoción, la agricultura y los servicios vinculados al turismo, agregaba un sector de actividad con evidente potencial de crecimiento: la industria de la eficiencia energética y las energías alternativas, en el que España comenzaba a consolidar un incipente liderazgo.
Como modelo productivo se propugnaba, qué nostalgia da pensarlo, el empleo de calidad, la igualdad de oportunidades y la cohesión social, garantizando el respeto ambiental y el uso racional de los recursos naturales, sin comprometer las posibilidades de las generaciones futuras para atender sus propias necesidades.
Ese era el modelo proyectado, el mismo que el PSOE no supo trasmitir con la suficiente convicción y claridad.
Mas si nos preguntamos por el modelo económico que preconiza el partido en el gobierno, el vacío es la única respuesta que nos llega a los oídos. No hay modelo ni proyecto que no sea el de reducir cuanto se pueda el sector público, en el propósito esperanzado de que una vez fluya el crédito los problemas comiencen a resolverse. Es como un acto de fe que precinde de cualquier hoja de ruta. Lo más que se ha podido escuchar es que seran las PYMES las que en algún momento, y animadas por la facilidad del despido, se decidiran de una vez a contratar, y así, contrato aquí, contrato allá, se acabará invirtiendo la tendencia y el paro comenzará a reducirse. Ese es el modelo del PP, y a ese incierto esquema de ramplona economía al que nos dirigimos.

domingo, 22 de abril de 2012

Soraya y los extranjeros (pobres)

Sostiene la inefable Soraya Saenz de Santamaría que al gobierno no le gusta tomar las medidas a las que se está viendo obligado; yo lo dudo, al menos respecto de algunas de ellas. En concreto: dudo que no le agrade a este gobierno denegar la asistencia sanitaria a los extranjeros sin papeles. 
Es verdad que realizo un juicio de intención, pero me baso en algunos argumentos. No hay que ser un lince para advertir que en España, como en otras partes, hay mucha gente reacia a compartir beneficios con quienes vienen de fuera, sujetos molestos a los que no hay más remedio que soportar y mantener a costa de una merma en nuestros propios derechos. No me extraña que el gobierno comparta este planteamiento, y que haya saboreado el regusto demagógico de un recorte que buena parte de su clientela aplaude con entusiasmo.
Sin embargo, lo que más enerva de la medida que ha adoptado este gobierno es el argumento con que doña Soraya intenta explicar su justicia y supuesta razonabilidad. Según la vicepresidenta el acceso a la sanidad pública se deniega a los extranjeros no regularizados por la sencilla razón de que no pagan impuestos. 
El argumento no puede ser más falaz y lamentable. En primer lugar, debe saber la vicepresidenta, y seguro que lo sabe, porque es una mujer lista y estudiada, que los extranjeros sin papeles también pagan impuestos, al menos los indirectos, de los que nadie se salva. Claro está que lo hacen en función de sus capacidades económicas, que es precisamente lo que dice la Constitución, y por eso y sólo por eso, porque son más pobres, pagan menos, sobre todo los que no trabajan, no porque no quieran, sino porque la ley y el paro les impide hacerlo.
En cuanto a los impuestos directos, y en particular el de la renta, es una evidencia que no requiere demasiada explicación, que si los extranjeros no los pagan no es por delibarada insumisión; en realidad están deseando hacerlo, incluso aquellos que con salarios de miseria nutren nuestra próspera economía sumergida, esa que genera abultados beneficios en negro que a la postre éste gobierno, indulgente según los casos, perdona y amnistía, permitiendo a los explotadores y defraudadores blanquear por un módico diez por ciento. 
Por cierto, según el argumento de la vicepresidenta, y con más razón si cabe, a estos defraudadores patrios también habría que negarles la sanidad pública, pues teniendo la obligación tributar se niegan insolidariamente a hacerlo. ¿Tendrá sanidad pública el exalcalde de Santiago que desvió el importe del IVA a tapar sus agujeros? !Ah no!, que este hombre es español y la cosa va con los extranjeros, faltaría más. Bueno, pues entonces que no engañen, que eviten los falsos argumentos; que digan: no queremos dar sanidad a los extranjeros pobres. El discurso quedaría más claro, y aunque igual de inmoral e indigno, resultaría más honesto.

viernes, 20 de abril de 2012

Confianza en un modelo que no la inspira


Lo cierto es que ante el panorama sombrío que nos acecha, uno debería sentir tranquilidad al comprobar la convicción con que nuestros gobernantes afirman su seguridad de que andamos por el buen camino, pues, según afirman sin torcer el gesto, el conjunto de sabias (y dolorosas) medidas que se están aplicando, pasado un tiempo, acabarán por dar sus frutos y sacarnos de la crisis.

Si así fuera, y aun a costa de tantas cesiones ideológicas como a las que la política neoliberal obliga, podría pensarse que valdrían la pena los esfuerzos. Sin embargo, cuando uno repara en quiénes son aquellos que nos marcan el camino, lo cierto es que no faltan motivos para que surjan las dudas. Reparamos, de este modo, en que quien diseña y ejecuta nuestra política económica es el señor de Guindos, en cuyo currículum destaca el dudoso mérito de haber sido un alto ejecutivo de la inefable Lehman Brothers, denominación de referencia de un estrepitoso fiasco financiero, incapaz de vaticinar y amortiguar su propia ruina, y con ella el inicio de la más grave crisis financiera de los últimos tiempos, de la que todavía no nos hemos recuperado.

Uno puede imaginar que con la misma autosuficiencia y seguridad que ahora dictamina la imprescindible reducción de déficit, a costa de servicios e inversión, asesoraría en su tiempo, que para eso es de suponer que tan generosamente le pagaban, que la estrategia especulativa en que su patrón andaba envuelto era la antesala del desastre más absoluto. Sin embargo, nada de eso consta que ocurriera, lo que nos lleva a pensar, por salvar su buena fe, que en realidad de Guindos era incapaz de anticipar el futuro al que llevaban aquellas estrategias, tan sesudas en apariencia y a la postre tan descabelladas y suicidas.

Tampoco hay que olvidar que de Guindos, al igual que Montoro, su compañero de viaje y de gobierno, y condiscípulo del reduccionismo liberal, tuvo un importante papel en aquellos gobiernos de Aznar en los que se insufló la burbuja de ladrillo; aquella que al estallar descubrió cuán frágiles fundamentos estaban sosteniendo nuestra economía. 

No son, por tanto, nuestras autoridades económicas, los mejores y más acreditados exponentes del talento y la sabiduría que una situación tan difícil reclama y necesita. 

Pero es que, además de las personas, el modelo también genera dudas. La prometida “confianza” que con el sólo cambio de gobierno se asentaría, empieza a comprobarse que no era más que una entelequia, y un recurso en el discurso electoral, que escondía las verdaderas consecuencias de una apuesta cargada de ideología.

Una apuesta basada en el efecto expansivo de las políticas de austeridad, que se nos quiere hacer ver como  exclusiva e inevitable, incontestable, cuando en realidad no es más que la opción estratégica del conservadurismo global; una opción discutible y discutida, contrapuesta al modelo alternativo que defiende el incentivo y la inversión, por el que apuestan opciones más progresistas. Que no se nos venda, porque no es cierto, que no cabe alternativa. Las medidas que está tomando el gobierno encuentran valedores bien conocidos, pero también muy serios argumentos en su contra.

En España y a día de hoy, lo evidente es que al compás de estas medidas se oscurecen los augurios, las dudas se multiplican y las bolsas se precipitan. Y uno se pregunta si es que no sólo muchos ciudadanos, sino también los mercados, siempre astutos, empiezan probablemente a comprender que en nuestra situación, una política de reducción del déficit que, a la vez, no impulse la inversión y el consumo, es una política erronea que nos llevará irremisiblemente a la ruina.

domingo, 11 de marzo de 2012

Sobre la cronología procesal del caso de los ERE


A estas alturas resulta una evidencia que en la campaña de las elecciones andaluzas el Partido Popular se está centrando monotemáticamente en la explotación del famoso caso de los ERE, en el que el Gobierno de la Junta, aun a su pesar, se encuentra envuelto.

El Partido Popular se ha encontrado, otra vez, con el regalo inestimable de la plena actualidad de un caso judicial que apunta a su adversario, y cuya trascendencia mediática, importancia y gravedad, van a pesar inevitablemente en la decisión electoral de un buen número de andaluces, quien sabe si hasta el punto de decantar el ajustado resultado que vaticinan las encuestas.

Si consideramos que en cada cita electoral los ciudadanos evalúan la gestión de sus representantes, es evidente que la irrupción de tan turbio asunto en la campaña deja perjudicados y beneficiarios directos a su paso.

Se podría pensar que cada cual es responsable de sus actos, y que si alguien ahora se ve perjudicado es porque antes consintió o no supo ver el escándalo. Esta visión parece razonable, pero también la percepción de una preocupante sincronía entre las actuaciones judiciales del caso y los últimos procesos electorales.

Si hacemos un poco de memoria podremos recordar que el escándalo de los ERE plantea una primera controversia judicial justo en los meses previos a la celebración de las últimas elecciones municipales, cuando la jueza que instruye el caso decidió reclamar a la Junta de Andalucía la remisión de las actas del Consejo de Gobierno, dando lugar a conflicto de competencias que hubo de zanjar el Tribunal Supremo.

Al margen de las disquisiciones jurídicas, la dimensión política de la controversia tuvo su propia dinámica y efectos, pues permitió al Partido Popular explotar electoralmente el sorprendente argumento de que continuando en poder de la Junta no se garantizaba que las actas no fueran manipuladas. Aquella petición dejaba caer una sombra de sospecha sobre un poder del Estado cuya legitimación democrática es cuando menos igual a la del órgano judicial que las reclamaba.

Resuelta la controversia sobre las actas la instrucción judicial continuó su curso sin grandes sobresaltos, hasta que a mediados del mes de noviembre, apenas cinco días antes de que se celebraran las elecciones generales, la jueza dictara un auto en el que apuntaba responsabilidades de Griñán, Presidente de la Junta y máximo dirigente de los socialistas andaluces.

Ello dio pie a que Alfonso Guerra, unos días antes de que aquello trascendiera, denunciara una “dosificación del calendario judicial”, al tiempo que apuntaba la existencia de ciertas relaciones entre la jueza y el alcalde de Sevilla y destacado dirigente del partido popular, las mismas que fueron contundentemente protestadas pero nunca desmentidas.

Así las cosas, pasadas las elecciones generales y constatado el retroceso electoral del Partido Socialista y la espectacular progresión del Partido Popular, el caso de los ERE vuelve a retomar un curso más o menos sosegado que le lleva hasta estos días, cuando coincidiendo con el inicio de las elecciones andaluzas la jueza decide oír en declaración a los implicados en la trama, provocando un paseíllo judicial que copa las portadas de los principales medios, y que concluye en un auto que decreta la prisión provisional del principal inculpado, entre cuyos fundamentos se deja caer la sospecha de que en el escándalo están implicadas las instancias políticas del gobierno.

Esta oportuna dinámica procesal puede que sea la normal consecuencia del aséptico trabajo de una jueza cuya única y exclusiva finalidad es impartir justicia ciegamente, sin reparar, por mor de esa ceguera, en cuáles puedan ser las consecuencias, ni quiénes sus perjudicados y beneficiarios.

Sin embargo el planteamiento del agravio resulta inevitable cuando asistimos, por ejemplo, a otras decisiones de parecido calado, como fue la de juzgar al Sr. Camps, que el Tribunal decidió, ¿acaso con mal criterio?, posponer hasta que las elecciones se hubieran celebrado.

Es verdad que las cosas no siempre son lo que parecen, aunque lo parezca.

  

jueves, 8 de marzo de 2012

Se ha ido


Hace ya varios días que no está entre nosotros. Ahora es un vacío lo que siento en cada instante. Se ha ido y aun no puedo aferrarme a sus recuerdos. Llegará el día en que su memoria probablemente me dibuje una sonrisa, pero ese día todavía no ha llegado. Lo que ahora siento es su ausencia en cada rincón en el que acostumbraba a encontrarlo; busco y no encuentro esa mirada noble que andaba por mi casa alerta a cualquier gesto; una mirada de profunda bondad, de lealtad, de amor sin límite, incondicionado. Repito los ritos acostumbrados y todos me parecen incongruentes, vacíos o incompletos. Salgo a media tarde y siento que me falta algo, y entonces reparo en que son sus pasos apresurados que han venido corriendo a mi llamada, y su plácido deambular a mi lado, y su jadeo cadencioso en el regreso. Algo falta, y uno lo siente y no logra acostumbrarse. Ya nunca podré abrazarlo y apretar con mis dedos su cuerpo fuerte y pequeño. Ni podré alzarlo al aire cuando estalle de alegría, ni escucharle romper el silencio y regañarle medio en broma medio en serio. Ni podré ya tocar sus orejas puntiagudas, ni sentir su lengua áspera y caliente. Ni acariciarlo. Ya no viene a buscar mi mano cuando estoy sentado, ni me recibe cuando llego a casa. En vez de él es el silencio el que me ladra cuando subo los peldaños, para decirme que no está, que ya se ha ido.






miércoles, 7 de marzo de 2012

Anonymous, ¿quiénes son?

Hay noticias con los ingredientes de una intriga de altos vuelos, y la virtud de plantear tantas preguntas como respuestas.

Eso es lo que me ha sugerido leer que el FBI ha detenido a cinco ciberpiratas al parecer vinculada a Anonymous, esa emergente franquicia del ciberterrorismo mundial, cuya actividad, autoproclamada revolucionaria, parece ser que invade y se expande en la red, como un ángel justiero que pretendiera poner en jaque a cuantas estructuras políticas o económicas (si es que hoy cabe distinguirlas) se integran en el poder mundial oficialmente establecido.

Se acusa a los detenidos de incordiar encarnizada y soterradamente a instituciones tan poderosas como Visa, Mastercard o Paypal, como venganza por negarse a canalizar las donaciones dirigidas a Wikileaks, con quien mantienen vínculos estrechos, gobiernos de distinto signo y condición, y otras curiosas entidades cuya existencia y actividad resulta cuando menos sorprendente, como es el caso de una firma de nombre Stratford, dedicada a la inefable tarea de elaborar análisis geopolíticos a gobiernos y empresas, de la que al parecer la mencionada ciberorganización ha logrado hacerse con los datos personales de sus 869.000 clientes.

Además de talento informático estos ciberpiratas demuestran tino al fijar su atención en la clientela de esa "CIA en la sombra", cuyos servicios de espionaje se ofrecen y prestan a las principales multinacionales y servicios secretos del mundo, y al parecer a otra interminable legión de interesados.

Con tal saña y decisión el sistema se emplea en la defensa de esos datos personales, que el cabecilla de la banda se enfrenta a una acusación de 124 años de prisión, lo que desde luego no se impone por cualquier minucia.

Pero la noticia encierra más jugosa información, como que uno de los detenidos, conocido como Suba, simultaneaba su militancia ciberterrorista con la no menos inquietante actividad de confidente infiltrado, al servicio del taimado FBI, fruto de la cual se han producido las otras cuatro detenciones y su sospechosa puesta en libertad.

Si es verdad que el rostro es el espejo del alma, el que se ha difundido del tal Suba no trasmite la mejor impresión. La imagen que se divulga nos presenta a un ser de aspecto abyecto y despreciable. Sin embargo, a la vista de a quién interesa su desprestigio, uno se pregunta, al menos yo lo hago, si  no nos encontramos ante un propósito deliberado de querernos hacer ver lo blanco negro.

viernes, 2 de marzo de 2012

A vueltas con el velo, ahora en el deporte

Acabo de leer que la ONU apoya que las mujeres musulmanas jueguen al fútbol con velo. La noticia reincide en un debate abierto en el que es fácil que se confundan los conceptos. Desde occidente, además, se aborda desde una visión un tanto cínica y cuando menos chovinista.
Es muy generalizada la opinión de que el uso del velo expresa la sumisión de la mujer musulmana, sin advertir que si lo consideramos tan superficialmente, el de la minifalda, por ejemplo, se podría también interpretar como un tributo de la mujer a los cánones machistas preponderantes, un planteamiento que todos sabemos que no es correcto.
La postura ante el velo musulman no creo que deba fundamentarse en la interpretación de su significado último, cuestión siempre discutible y complicada, máxime si anda la religión por medio, sino en el de su incidencia en la libertad individual de las mujeres. 
Desde este punto de vista no hay mucha diferencia entre el hecho de que una mujer prefiera cubrir su rostro con un velo, o bien se complazca en lucir los atractivos de su cuerpo. Es cuestión de prefrencias.
Vivo en una ciudad en la que muchas mujeres usan velo, y me consta que, dentro de los inevitables condicionamientos culturales, la gran mayoría lo hace libremente. No es este uso del velo algo que deba ser mirado con recelo, como no lo es la decisión de una mujer occidental de lucir un escote pronunciado.
Al margen de nos gusten más o menos, ambos comportamientos son respetables y como tal deben ser respetados. 
La cuestión es distinta cuando la indumentaria de la mujer viene impuesta por el hecho de serlo, ya se trate del velo de la mujer musulmana, como de la longitud de la falda de unas azafatas. Lo relevante es si la mujer está obrando líbremente, porque la libertad, a diferencia de las preferencias y los atuendos, es un valor universal que sí debe ser preservado.
Es en esto en lo que las autoridades de la ONU debieran fijarse. En si el uso del velo en el deporte viene impuesto.

jueves, 16 de febrero de 2012

Para comenzar el blog no se me ocurre nada mejor que este poema tan bello y tan sabio, que siempre tengo presente.


IF - SI



 Si puedes mantener en su lugar tu cabeza cuando todos a tu alrededor,
han perdido la suya y te culpan de ello.

Si crees en ti mismo cuando todo el mundo duda de ti,
pero también dejas lugar a sus dudas.

Si puedes soñar y no hacer de los sueños tu amo;
Si puedes pensar y no hacer de tus pensamientos tu único objetivo;
Si puedes conocer al triunfo y la derrota,
y tratar de la misma manera a esos dos impostores.
Si puedes soportar oír toda la verdad que has dicho,
tergiversada por malhechores para engañar a los necios.
O ver cómo se rompe todo lo que has creado en tu vida,
y agacharte para reconstruírlo con herramientas maltrechas.

Si puedes amontonar todo lo que has ganado
y arriesgarlo todo a un sólo lanzamiento ;
y perderlo, y empezar de nuevo desde el principio
y no decir ni una palabra sobre tu pérdida.
Si puedes forzar tu corazón y tus nervios y tus tendones,
para seguir adelante mucho después de haberlos perdido,
y resistir cuando no haya nada en ti
salvo la voluntad que te dice: "Resiste!".

Si puedes hablar a las masas y conservar tu virtud.
o caminar junto a reyes, y no distanciarte de los demás.
Si ni amigos ni enemigos pueden herirte.
Si todos cuentan contigo, pero ninguno demasiado.
Si puedes llenar el inexorable minuto,
con sesenta segundos que valieron la pena recorrer...

Tuya es la Tierra y todo lo que hay en ella,

y lo que es más: serás un hombre, hijo mío.